“Nieva…”
Desde el escritorio de una pequeña habitación, Yure observaba las calles de su ciudad natal. Éstas estaban repletas de árboles de Navidad y otros referentes de la época: maniquíes con bufandas, muñecos de nieve…y uno de los más característicos, los copos de lluvia helada que caían y cubrían carreteras y aceras, dejando un precioso manto blanco sobre el suelo.
“Así que la Navidad se acerca…”
Esta fiesta, alegría y festejo para algunos, resultaba una mala época para Yure. Aquello no era más que una forma de hacer que recordara la muerte de la persona más importante para él. Por ello, prefería quedarse encerrado en la habitación del piso en el cual se ubicaba y donde no había ningún adorno u otro utensilio que delatara la llegada de dicha festividad.
Yure cerró la ventana y corrió las cortinas. Lo que menos necesitaba era seguir viendo aquella escena, no sabía ni siquiera por qué se había molestado en intentarlo.
Tras pensar esto decidió ver la televisión, no obstante, al encenderla, lo primero que se plantó frente a él fue un anuncio de juguetes, recordándole aún más la pesadilla de aquel día.
“¡Papá! ¡Oye papá yo también quiero uno!”, la voz de una niña retumbaba en su cabeza, taladrando su cerebro y desmoralizándole aún más.
Apagó el televisor y se acercó al cajón de una mesita cercana. De allí sacó un pequeño bote de pastillas, el cual se hallaba vacío.
“Mierda…ya no me quedan…”, pensó mientras mantenía su mano sobre la frente.
Acto seguido echó un vistazo hacia la ventana. Al parecer le tocaría tener que ir a comprar más. Esta vez dirigió la vista hacia la puerta de aquella habitación.
“No tengo otro remedio…”
Poniéndose una chaqueta que combinaba con su aspecto desaliñado y empobrecido se dispuso a salir a la calle.
“Sólo será un momento…no creo que pase nada…”
Las imágenes de lo que ocurrió aquel día aparecían continuamente en su cerebro, imágenes que le mostraban a él junto a una niña, ambos cogidos de la mano y caminando sonrientes por las calles de la ciudad:
“- Papá, me has prometido que me ibas a comprar uno.
- De acuerdo, de acuerdo, lo haré.
- Bien porque como no lo hagas me enfadaré mucho-la niña sonreía a su padre y éste devolvía el gesto sabiendo que ese día sería una Navidad feliz como otra cualquiera, sin embargo, debido a la época invernal y que los suelos se hallaban cubiertos de nieve, uno de los coches que transitaban la carretera se salió de su ruta, dirigiéndose peligrosamente hacia padre e hija. El choque fue muy duro, consiguiendo sobrevivir el padre de milagro, no obstante, la hija no corrió la misma suerte…”
Yure abrió la puerta que daba a la salida del edificio. Comenzó a caminar por las calles en dirección a una farmacia cercana.
“Esto es un desastre…soy incapaz de levantar cabeza…maldita sea…”
De repente, mientras caminaba, observó de reojo algo que llamó su atención. En un principio continuó andando, sin embargo, no puedo evitar pararse en seco pocos pasos después.
Apostada en un rincón, se encontraba una niña. Sus ropajes estaban desgarrados, su pelo y cuerpo sucios y temblaba terriblemente a causa del frío. Probablemente nadie había caído en la cuenta de que se encontraba en ese sitio.
Yure la miró durante unos instantes y la niña a él. Los ojos de ella se encontraban vacíos, indiferentes, fríos. Era como si no hubiese conocido ningún tipo de sentimiento durante sus cortos años de vida. Sin embargo, Yure no era quien estaba en estado de enseñarle esos sentimientos. De hecho aquella situación le irritaba e incrementaba su dolor de cabeza, por lo que, egoístamente, decidió seguir su camino, pensando que ya se encargaría de la niña alguien cuya vida no hubiese sido arruinada…
No tardó demasiado tiempo en realizar el recado y dirigirse de nuevo a su casa, el suficiente, no obstante, para descubrir que era de los pocos que quedaban fuera de sus hogares.
Llevado por la curiosidad y puesto que le pillaba de camino, volvió a mirar en el lugar donde se situaba aquella niña, descubriendo que ésta no se encontraba ahí.
“Probablemente habrá encontrado un hogar…mucho mejor para ella…”, pensó dispuesto a seguir la ruta hacia su casa, sin éxito, pues frente a él podía ver a la pequeña, quien llevaba unos cuantos cartones pretendiendo usarlos de manta. Acto seguido volvió al lugar en el cual había estado antes y se quedó allí, adoptando la misma posición que la primera vez, sólo que cubierta con aquellos cartones que acababa de traer.
La niña parecía mirar a la nada, y aquello irritaba demasiado a Yure.
“Nadie. Incluso siendo la época que es, nadie se ha molestado en mirarla…” o quizás, simplemente el resto de personas habían hecho como él, dejarlo estar y que otro se encargara de su cuidado.
Yure suspiró.
- Oye, pequeña. No deberías estar aquí, ¿hace mucho frío, sabes? Si continuas así te va a dar hipotermia o algo peor.
Ella no contestaba, no se movía. Sólo miraba al frente.
Yure suspiró de nuevo. Decidido y llevado por la situación, cogió a la niña y se la cargó al hombro. Ésta, por primera vez en todo este tiempo, se sorprendió de aquel hecho.
- Por el momento será mejor que te lleve a mi casa esta noche. Como mínimo no pasarás frío - comentó sabiendo que su casa tampoco era un campo de rosas.
No tardaron en llegar al hogar de Yure. Éste parecía si cabe más oscuro que cuando había salido de allí. Ambos entraron a la habitación en la que el dueño solía pasar la mayor parte de su tiempo libre, el lugar donde mejor se sentía, encerrado y sin contacto con aquello que le pudiera hacer recordar el pasado.
Hecho esto, Yure dejó a la niña con delicadeza sobre el suelo de la sala.
-Como puedes comprobar, no es lo mejor de lo mejor, pero es preferible a estar en la calle, ¿no crees?
La niña curioseó su alrededor, observando cada detalle como si fuese la primera vez que veía una casa.
De repente su estómago rugió con fuerza. La pequeña calló de rodillas al suelo.
“Debe estar realmente hambrienta, me pregunto lo débil que se encontrará”
-Tranquila, te daré algo de comer.
Yure se dirigió a la cocina seguido de aquella niña.
-No hace falta que me sigas. Quédate allí que ya te lo traeré yo.
Ella negó efusivamente.
-Bien, de acuerdo. Entonces siéntate en una silla y mira cómo cocino.
La niña hizo caso de la petición del chico y se sentó en una que había cerca.
Tras un espacio de tiempo relativamente corto Yure terminó con sus quehaceres y presentó delante de la niña un buen plato de comida. Ella lo miró con ojos brillantes y sin esperar a nada se puso a devorarlo con avidez.
Después de esto ambos volvieron a aquella habitación. El chico se tomó la pastilla y encendió la televisión. Aquella niña se sentó a su lado.
De nuevo un anuncio en el que se observaban referentes navideños. Yure realizó un pequeño chasquido con la lengua mostrando su disconformidad y se dispuso a cambiar de canal, sin embargo, se fijó en que la pequeña miraba con suma atención lo que aparecía en la pantalla.
Incómodo, aunque complaciente, Yure decidió dejarlo estar.
- Por cierto, será mejor que te pongas algo de ropa nueva, no creo que sea bueno para ti vestir eso - indicó señalando la vestimenta de la niña, quien aparentaba estar confusa.
Yure salió de la habitación y al poco rato volvió con un pijama de talla cercana a la de ella. Era algo que todavía conservaba de su hija…
-¿Puedes vestirte por ti misma o tengo que ayudarte? - preguntó.
Ella lo intentó, sin embargo no parecía estar muy acostumbrada a hacerlo.
-Será mejor que te ayude. Aunque ahora que lo pienso, también deberías darte un baño…
Después de un rato, Yure ya había preparado sendas camas para cada uno.
-Aquí están las mantas y todo lo que necesitas. Si quieres algo más sólo tienes que pedírmelo. Buenas noches, pequeña.
Dicho esto Yure entró en su cama y se dispuso a dormir, por el contrario, un bulto que entró repentinamente en el lecho impidió que pudiera conciliar el sueño. Al dirigir su mirada hacia ese bulto descubrió que se trataba de ella, quien, acurrucada en su espalda, lo utilizaba como almohada.
Yure se extrañó en un principio pero dejó que se quedará y la cubrió bien con la manta, procurando que se mantuviese caliente.
El chico despertó. Tenía la vaga sensación de que todo había sido un sueño y nadie excepto él se encontraba en aquella casa. Su teoría pareció confirmarse cuando comprobó que ella no estaba sujeta a su espalda.
Se levantó rápidamente y miró a su alrededor. La cama que había preparado para la niña seguía allí, ¿acaso se había marchado?
Con esta idea en mente, Yure caminó hasta la cocina, y cual fue su sorpresa al encontrársela intentando hacer el desayuno, imitando el arte culinario que pudo observar de él la noche anterior.
- ¡Espera! ¡Te vas a quemar! - exclamó el chico corriendo hasta ella y evitando por los pelos que la pobre acabara incendiada como un árbol.
- No debes hacer estas cosas. Podrías hacerte mucho daño - sin darse cuenta, Yure estaba actuando como un padre, procurando por la salud de aquella niña.
En ese momento escuchó algo que llamó mucho su atención. La pequeña a la que estaba sujetando reía ante la situación que acababa de ocurrir. Inocentemente, se tomaba aquello como un juego. Esta reacción por su parte causó que comenzaran a brotar lágrimas a partir de los ojos del chico y que, estallando en terribles sollozos, Yure la abrazara con todas sus fuerzas. Ella, después de la primera sorpresa, devolvió aquel abrazo…
Tras un tiempo, llegó el día 25. Los dos caminaban cerca de algunas tiendas. Pese a la festividad, varías de ellas se mantenían abiertas hasta cierta hora. Yure tenía en mente comprar un regalo para ella. Fue entonces cuando observó el que hubo querido su hija antes de morir.
Se plantó frente a él. Su cabeza todavía tenía grabadas las imágenes del accidente, de hecho tanto lo estaban que creyó que se trataba de una de ellas el hecho de que en el escaparate de la tienda se reflejara un coche yendo hacia donde se encontraban los dos. Reaccionando a destiempo, Yure se dio cuenta de que era uno de verdad en el momento en que estaba a punto de alcanzarlos. En ese instante el chico pensó:
“¡No, otra vez no! ¡No quiero que vuelva a suceder!” y, haciendo caso a un acto reflejo, empujó a la niña fuera del alcance del coche, con lo que éste le golpeó a él únicamente, tiñéndose su vista de color negro.
En el momento en que abrió los ojos se encontraba en un mundo rodeado completamente de nieve. No podía verse nada más.
Ante él apareció una niña pequeña y sonriente. Era su hija.
- Papá, no deberías estar aquí. Tú aún tienes algo por lo que vivir. Alguien a quien cuidar. Por favor, olvídame, olvida aquel día y vuelve a ser feliz - Yure sollozaba - . Hazlo por mí y por la niña de la que estás cuidando.
- Yo…te quiero… - dijo el chico antes de que todo se tornara oscuro de nuevo.
Cuando su vista volvió, estaba acostado en el suelo. Una niña situada a su lado parecía estar terriblemente preocupada por su estado, pues se aferraba fuertemente a sus ropas implorando que despertara.
-Por favor, papá…
Yure se levantó. Milagrosamente se encontraba ileso, quizás aún no había llegado su hora…
Aquella niña, al verlo de vuelta, lo abrazó fuertemente. Yure se limitó a acariciar su cabello e intentar tranquilizarla. El hecho de que le hubiese llamado papá le había dado fuerzas…
- No te preocupes. Ya estoy de vuelta…
Tras una pequeña estancia en el hospital, durante la cual le hicieron algunas pruebas para comprobar su estado, Yure salió de allí con la niña a su lado.
- Al final no he podido comprarte un regalo de Navidad - se quejó el chico.
Sin embargo ella negó con la cabeza.
- Muchas gracias por el regalo, papá - respondió cogiendo su mano.
El chico sonrió.
- Ahora que lo pienso, todavía no tienes un nombre, ¿cierto? He pensado en uno que sería perfecto para ti: Snow…
El regalo de una nueva vida comenzaba para ambos.
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