Case I

-¡Yo no estoy borracho, zorra!

El sonido de un puñetazo se escuchó a través de la puerta de la habitación de Leenah. Una escena que llevaba repitiéndose durante las últimas dos semanas. Aunque aquello no era lo peor que iba a pasar. Tras desahogarse con su madre, su nuevo novio tenía otra forma de relajarse que la incluía a ella.

 

Dos opciones se le pasaron por la cabeza: salir al pasillo, recorrer los pocos metros que la separaban de la que en su día fue la habitación de sus padres y entregar su cuerpo para calmarle; o abrir la ventana de su dormitorio y bajar a la calle por la tubería de plomo que se situaba justo al lado. Lo que haría después, es algo que ni ella misma sabía. Aunque, si no la encontraba allí, cargaría de nuevo contra su madre.

 

Leenah se acurrucó en un rincón, con la cabeza hundida entre sus piernas. Cualquiera le preguntaría “¿Por qué no denuncias?”. Por miedo. El mismo motivo por el que no se había quitado la vida, pese a la cantidad de cosas que había tenido que aguantar durante dos años. ¿Miedo a qué? Para empezar, nunca había sido una persona valiente. La típica chica extremadamente tímida, asocial, que no puede mantener contacto visual cuando por fin logra entablar conversación (si es que se le podía llamar conversación a las pocas palabras que llegaba a decir), que se aislaba de su clase y era objeto de burlas, insultos y humillaciones por parte de sus compañeros. Hechos que tampoco había sido capaz de contar.

 

Por otro lado, ni siquiera tenía la suficiente confianza de que le hiciesen caso. ¿Quién iba creer a una chiquilla que no hacía más que fantasear con sus libros y dibujos, únicos amigos de los que disponía, con los que podía evadirse de la realidad durante unas cuantas horas, y que conservaba con cuidado en un gran cajón de madera situado debajo de su cama? No. Por más que se imaginase una escena en la que todo se solucionaba y obtenía un final feliz, ésta le parecía muy lejana.

 

Mientras cavilaba, no se dio cuenta de los pasos que se acercaban. Cuando se abrió la puerta, ya era demasiado tarde para tomar alguna de las decisiones que antes se había planteado.

-¡Tú! ¡Ven conmigo! ¡Necesito que me quites el estrés! –gritó un hombre de pronunciada barriga, pelo escaso y desordenado, sudoroso, y que vestía una camiseta de tirantes y unos vaqueros medio rotos; a la vez que la cogía de la muñeca y tiraba de ella pese a que intentaba oponerse, esforzándose cada vez menos, pues sabía que de poco serviría.

 

Pese a ello, intentó chillar, pero su mano le golpeó fuertemente la mejilla, hasta el punto de que habría sido lanzada contra el suelo, de no ser porque la mantenía sujeta. Entonces, prácticamente arrastrándola, cruzaron el pasillo y  llegaron al dormitorio de su madre, en cuyo suelo yacía ella, desnuda y con moratones visibles en varias partes de su cuerpo.

 

Lanzándola sobre la cama, se quitó los vaqueros y unos sucios calzoncillos, anteriormente blancos. Tras esto, se puso encima de ella, situando su pene erecto cerca de su cara, llegando a producirle arcadas.

-¡Chúpamela! –exclamó, cogiéndola de la cabeza y aproximando su miembro a sus labios.

 

Al principio, intentó resistirse, pero sabía que, si lo hacía, recibiría otro golpe más fuerte que el anterior. Así que, intentando contener las nauseas de la mejor manera que había aprendido, abrió la boca y dejó que lo forzara hacia su interior.

-¡Oh, sí! ¡Esto es la hostia! –dijo mientras sacudía sus caderas una y otra vez, rozando su garganta y provocando que la joven se aferrase fuertemente a las sábanas.

 

No necesitó mucho tiempo para eyacular, obligándola a tragarse su semen y golpeándola de nuevo cuando tuvo un ataque de tos, como si fuese culpa suya. Entonces, sin darle tiempo a recuperarse, le arrancó la camisa y el sujetador, dejando al descubierto sus pechos, los cuales agarró fuertemente sin importarle el dolor que le pudiese causar, lamiendo sus pezones de una manera tan asquerosa que Leenah no pudo evitar apartar la mirada mientras lágrimas brotaban de sus ojos.

 

Así estuvo durante un buen rato, hasta que, aparentemente saciado, le quitó la parte de abajo, dejando al descubierto su vagina. Entonces la puso de espaldas a él y la agarró del su larga melena negra, penetrándola al mismo tiempo.

 

Mientras sentía un dolor intenso, la joven recordó la tubería que había al lado de la ventana de su habitación y pensó “No importa. Aunque lo hubiese intentado, no lo habría conseguido”.

 

A la mañana siguiente, una vez se quedó dormido, la joven se levantó y se dirigió a la ducha. Dentro, lavó cada parte de su cuerpo una y otra vez. No importa cuantas veces repitiese el proceso, no conseguía quitarse esa sensación de suciedad, algo que la había agobiado las primeras veces hasta el punto de terminar de rodillas en el suelo, sollozando y clavándose las uñas en los brazos hasta sangrar. No obstante, por alguna razón, aquella vez era distinta. Era como si se hubiese vuelto más insensible. Pese a que seguía sintiéndose sucia, cuando llegó a la conclusión de que no podía quitársela de encima, simplemente desistió y salió de la ducha, como un muerto en vida, aunque quizás fuese verdad que una parte de sí misma había muerto.

 

En ese momento, su madre entró en el baño.

-¿Te vas al instituto? –preguntó, con voz cansada y propia de una persona enferma.

-Sí... –contestó Leenah, sin apenas mirarla.

Esa era toda la conversación que iban a tener a lo largo del día. Luego, la mujer se ducharía, maquillaría los moratones y se iría a trabajar. Todo mientras ese gordo inútil se gastaba el dinero que, junto con su difunto padre, tanto le costó ahorrar, en alcohol y apuestas, para luego llegar a casa, borracho, y pagar todos sus errores con ellas.

 

En ese instante, la chica se miró en el espejo, comprobando si ella también tenía algo que ocultar pero, por suerte, no le había dejado marca. Sus ojos, ligeramente rasgados, de iris color verde, estaban casi cubiertos por su pelo, actualmente mojado. Tendía a dejárselo lo más largo posible para que no le viesen la cara, un producto de su timidez y algo que solía causarle escalofríos a sus compañeros de clase. Tampoco es como que se considerase guapa, así que tenía más pros que contras para hacerlo.

 

Así pues, una vez vestida, cogió su mochila y, sin molestarse en despedirse, se marchó a su segundo infierno.

 

“¿Por qué vas a un sitio donde te acosan y se burlan de ti?” Sería la siguiente pregunta. En ese caso, podía dar varios motivos: el primero, porque no quería problemas con su madre. Suficiente tenían con la situación que vivían en casa, así como lo fría que era su relación, como para empeorar las cosas con charlas con los profesores, a los que ocultaba su situación; o expulsiones de sus compañeros, lo que seguramente terminaría repercutiendo en ella de alguna forma. El segundo motivo era su propio interés en aprender, sobre todo en clase del profesor Ethans, el tercer motivo por el que iba al instituto. Sus clases de literatura eran otro de los pocos momentos en los que se olvidaba de sus problemas. Además de ser el único que se preocupaba por ella, pese a las negativas por su parte de que le ocurriese algo. Todo ello había provocado que se sintiese atraída por él.

 

Con eso en mente, Leenah caminó por los pasillos en dirección a su aula. Fue entonces cuando alguien la empujó hacia los aseos, desequilibrándola y haciendo que cayese al suelo. Girándose rápidamente para descubrir de quién se trataba, observó a un grupo de cinco chicas, lideradas por una de pelo corto y castaño, rostro con más maquillaje de lo normal y expresión sonriente. Tenía un cuerpo atlético, debido a que se encontraba en el equipo de baloncesto femenino del instituto, y le sacaba cabeza y media de altura.

-Si no miras por dónde vas, ¿cómo quieres que no pasen estas cosas? –preguntó ella, agarrándola del cuello de su camiseta y atrayéndola hacia sí.

Podía haber replicado de muchas maneras, diciéndole que era ella quien le había empujado o que veía perfectamente por dónde iba, pero, en su lugar, susurró un “lo siento...” que provocó la carcajada de las demás.

-¡¿Qué dices?! ¡No te he oído bien! –gritó la joven de pelo corto, burlándose del tono de su respuesta.

-L-lo... si-siento... –tartamudeó Leenah, elevando un poco más la voz.

-Mm... ¿Qué pensáis? ¿Os parece una buena respuesta?

Las demás negaron entre risas.

-No nos has convencido. Tendrás que recibir un castigo. ¡Abrid el grifo! –ordenó a una de sus amigas, o más bien, secuaces; quien dejó correr el agua de uno de los lavabos, mientras otra cogía un buen montón de papel y taponaba el desagüe. Entonces, la cogieron del pelo y la llevaron hasta allí, metiendo su cabeza en el agua.

 

La chica luchó por respirar intentando mover sus brazos para liberarse, sin embargo, estaban sujetos por dos chicas, impidiéndole forcejear.

 

Cuando creía que ya no iba a aguantar más, la sacaban, dejando que tosiese fuertemente y escupiese parte del líquido que acababa de tragar. Todo para luego repetir el mismo proceso hasta que, la última vez, le preguntó.

-¡¿Qué es lo que tienes que decirme?!

-¡L-lo siento! –gritó la chica, desesperada por no volver bajo el agua.

-¡Eso está algo mejor! ¡Te dejaré ir por hoy! Además, la clase está a punto de empezar. Seguro que el profesor estará encantado de verte así –dijo, lanzándola contra el suelo-. ¡Te veo después! –exclamó al mismo tiempo que salían por la puerta.

 

Con dificultad, la joven se levantó y se miró en el espejo. Tenía toda la cabeza mojada, con lamparones en la parte de arriba de su vestimenta.

-Y justo a primera hora tengo clase con el profesor Ethans...

Maldiciendo su existencia, comenzó a secarse, utilizando el secador de manos y una toalla que llevaba en la mochila, ya que no era la primera vez que le hacían algo parecido. También llevaba una camiseta limpia, por lo que aprovechó para secarse por debajo y cambiarse.

 

Finalmente, consiguió eliminar una buena parte del agua pero, para entonces, ya habían pasado como diez minutos de clase, por lo que cuando llegó, todas las miradas se posaron en ella, provocando que se pusiese nerviosa.

-¡Leenah! –dijo el profesor Ethans, sorprendido- Es raro que llegues tarde a clase. ¿Ha ocurrido algo?

En realidad le había pasado más veces, por culpa de otras personas, claro, sin embargo, casi nunca le había tocado con sus lecciones. Por supuesto, eso era algo que no podía decirle.

-M-me... –sintiendo las miradas, cuchicheos y risitas de sus compañeros, enmudeció nada más comenzar la frase.

-¡Silencio, por favor! –exclamó el profesor, dando unas palmadas para llamar la atención del resto- Bueno, no importa, ya hablaremos más tarde. Por el momento, siéntate en tu sitio y continuaremos la clase.

 

Asintiendo, la chica se desplazó hasta su mesa, situada en la parte intermedia del aula, cerca de la ventana. Desde allí, se esforzó por soportar las burlas de los demás y sacó sus libros a fin de intentar olvidar lo que acababa de pasar.

 

Por lo demás, el día transcurrió como tantos otros. Después de que el profesor la citara para verla después de clase y se marchase, sólo necesitó sentarse en su silla para que varios de sus compañeros le lanzasen una considerable cantidad de bolas de papel que habían acumulando a escondidas. En el momento en que llegaba el siguiente profesor, lo único que este veía era a ella recogiendo las bolas de papel como si fuese la culpable, por lo general, ganándose una dura mirada por su parte o, si le pillaba de malas, un castigo.

 

Luego, a la hora del almuerzo, la acorralaban y le quitaban la comida que llevaba, incluso si no se la comían, ya que más de una vez la había visto pisoteada en el patio. En caso de que llevase dinero para comprarse ella misma el almuerzo, éste también terminaba en sus manos, quedándose igualmente sin poder almorzar. Si decidía no llevar ninguna de las dos cosas, le quitaban la mochila y se pasaba todo el tiempo de descanso buscándola, llegando de nuevo tarde a clase. Por ello, prefería llevarse alguna de las dos cosas. Al menos se ahorraba el que sus libros acabasen mojados y tener que comprarse otros, o peor, que le tocase compartirlos con alguno de sus compañeros, lo que daría pie a más gamberradas.

 

Así pues, sin nada que comer, se sentó sobre los escalones junto a la salida que daba a las pistas de fútbol. Lo hacía sola, a excepción de uno de sus queridos libros con el que pretendía distraerse del hambre que sentía. No obstante, aquella vez hubo algo que desvió su atención. A poca distancia de ella, sin darse cuenta de que estaba allí, dos chicas mantenían una conversación bastante animada.

-¡Sí, sí! ¡Yo también he oído hablar de ella! ¡Korral, se llama! ¡Dicen que tiene la boca cosida y que le falta un ojo!

-¡¿En serio?! ¡Yo he oído que los tiene completamente en blanco! ¡Y que, cuando te topas con ella, cumple uno de tus deseos pero, a cambio, se lleva tu alma!

-¡Qué miedo! ¡No me gustaría encontrarme con ella!

-¡Ni a mí tampoco! ¡La noche en que encontré la página web no pude dormir!

-¡Ya ves!

 

¿Korral? ¿De qué estaban hablando? Normalmente no solía interesarse por las conversaciones de los demás. Al fin y al cabo, no es como que pudiese participar en ellas. Sin embargo, le había picado la curiosidad por saber más sobre la historia de ese ser fantástico y tenebroso del que decían que podía cumplir deseos. De repente, sintió el impulso de sacar su móvil y buscar en Internet, pero entonces recordó que no se lo llevaba a clase. Se lo quitarían si lo hacía. Por lo que decidió que buscaría algo en la biblioteca durante la tarde.

 

Finalmente, llegó la hora de su reunión con el profesor Ethans. Una parte de sí misma había pensado en no ir, pero eso sólo conseguiría llamar más la atención sobre su situación, por no hablar de que no quería disgustarle. Por tanto, a la hora indicada, abrió la puerta de la sala de profesores, donde ya le esperaba sentado junto a su mesa. No había nadie más allí.

-Hola, Leenah. Siéntate, por favor –dijo, ofreciéndole una silla.

Ella asintió y obedeció, cabizbaja y con la mirada en sus zapatos.

-Seamos directos. Seguro que hay alguna razón por la que lo estás escondiendo, pero a mí me parece bastante claro que alguien te está acosando.

La chica negó rápidamente, aunque su nerviosismo la delataba más que ayudarla.

-¿Te están amenazando para que no le digas nada a los profesores? –insistió Ethans.

De nuevo, la misma respuesta por su parte, lo que hizo suspirar al hombre.

-Leenah... Es cierto que los profesores no podemos vigilaros las 24 horas del día. Pero, como mínimo, ante una situación así, podemos hacer que les expulsen. Hablar con tus padres y, en el peor de los casos, recomendar un cambio de instituto. O incluso avisar a la policía.

 

Leenah sabía que la intención del profesor era buena pero nada aseguraba que, tras ser expulsados, no descubriesen donde vivía y le hiciesen la vida todavía más difícil, si es que era posible. Tampoco serviría de nada cambiarse de instituto. Para empezar, como había dicho, necesitaría hablar con sus padres, y teniendo en cuenta el estado de su familia, no sólo no era una buena idea, sino que la propuesta de cambiar de instituto sería ignorada. Él ni siquiera conocía a su madre, no era su tutor, pero es que tampoco su tutor sabía mucho sobre ella. Ya se había ocupado de crear excusas para evitar que se conociesen.

 

En cuanto a la policía. Sí, claro. Siendo menores, ya tenían que hacer algo muy grave para meterlos en un reformatorio, y ese hecho muy grave podría significar su muerte por lo que de poco servirían ya los cuerpos de seguridad para ayudarla. No... mirase por donde mirase... la situación no parecía tener salida... y más para una cobarde como ella...

 

-De acuerdo, si no vas a contestar. Tomaré yo la iniciativa. Mañana mismo iré a hablar con tus padres.

Al escucharle, el corazón de la joven dio un vuelco.

-¡No! ¡No, por favor! –gritó, suplicante, arrodillándose frente a él.

-¿Leenah? –se sorprendió el profesor- ¿Qué ocurre?

La joven se limitó a negar con la cabeza y juntar las manos como si estuviese rezando.

-Lo siento, pero si no me lo dices, no puedo ayudarte. Avisaré a tu tutor y llamaré a tu madre para quedar con ella.

-¡No! –tras otro grito, la joven se agarró a sus tobillos, dificultándole el paso.

-¡Si te pones así, con más razón he de hablar con ella! ¡He de saber que está pasando, Leenah! –así pues, la forzó a soltarle y se marchó a paso ligero para que no volviese a intentar algo similar.

 

Cuando quiso darse cuenta, estaba sola en la sala de profesores, boca abajo y sollozando. Se acabó. En cuanto contactasen con su madre todo se pondría patas arriba. Pero, a quién quería engañar. Era cuestión de tiempo que algo así terminase ocurriendo. Que ironía que, para ello, sólo hiciese falta una persona que se interesase por su estado.

-Y encima me he puesto en ridículo delante de él...

 

No sabía qué hacer ni adónde ir. Incluso si volvía a casa a toda velocidad y cogía el teléfono antes de que otro lo hiciese, no serviría de nada. Vendrían a su casa igualmente. Ni siquiera se le ocurría una buena mentira para esconder a su madre y a ese borracho.

-¿Qué hago? –se preguntó como si esperase que una solución cayese del cielo.

 

Pasaron unos minutos hasta que, finalmente, fue obligada a marcharse por el conserje. Tras salir del instituto, vagó sin rumbo fijo y con la mente en blanco. A punto estuvieron de atropellarla en más de una ocasión. Así estuvo durante lo que le parecieron horas hasta que se situó frente a la biblioteca. No sabía si era cosa del destino o que su instinto le había llevado allí pero, viéndose con pocas alternativas, decidió entrar.

 

El lugar estaba prácticamente vacío, a excepción de un par de bibliotecarias y puede que cuatro o cinco personas más. Se trataba de una biblioteca de dos pisos con múltiples estanterías en cada uno de ellos. En el piso de abajo, se podían encontrar todo tipo de novelas: aventuras, misterio, ciencia ficción, terror, etc.; en lo que respectaba a la parte de arriba, en ella se encontraban libros de estudio de distintos campos y documentos históricos. También había un par de ordenadores para navegar por Internet, siempre y cuando fueses socio.

 

Hacia el de arriba fue donde se dirigió la chica. Sintió cierta necesidad de quedarse en la planta baja, devorando una por una aquellas novelas. No obstante, antes quería deshacerse de su curiosidad.

 

Nada más subir los escalones, buscó los viejos ordenadores, que encontró cerca de uno de los ventanales por los que, gracias a que habían bajado las persianas de tela, ya no incidían los rayos de Sol de la tarde, impidiendo que su reflejo molestase a los lectores.

 

Sentándose en la silla frente al aparato, movió el ratón para iluminar su pantalla, pues estaba encendido. Tras esto, introdujo su nombre y contraseña y abrió el navegador, escribiendo la palabra “Korral”.

 

Numerosas páginas web aparecieron ante ella, todas con restricciones para menores, que eran fácilmente eludibles si te hacías una cuenta falsa fingiendo tu fecha de nacimiento. De hecho, algunas sólo te pedían que, si tenías menos de dieciocho años, volvieses a la página anterior.

 

Por lo que pudo leer en las cuatro primeras, había diferentes descripciones sobre el aspecto de Korral. En algunos casos decía que se trataba de una niña de unos diez años que vagaba sin rumbo por los cementerios de la ciudad, maldiciendo a los jóvenes que intentaban colarse por la noche. En otros, que se trataba de una chica por encima de los veinte, vestía un camisón de color negro que la camuflaba durante la noche y que tenía los ojos huecos. También estaban aquellas en las que la describían como lo habían hecho esas chicas: boca cosida, ojos en blanco, etc.

 

Conforme más páginas investigaba, menos convencida estaba de la existencia de una historia detrás de ese nombre. Al fin y al cabo, mirase donde mirase, pocas coincidían.

 

Entonces, encontró algo que llamó su atención. Una frase que, según el escritor, la había leído un amigo suyo en una página web sobre leyendas urbanas que había sido cerrada hacía un par de años: “Con las mismas sílabas, distintas las letras. En su tamaño se esconde el secreto”. Ésta venía seguida de una imagen en la que aparecía un monstruo horrendo, el cual se mantenía sobre dos patas igual que un ser humano, pero su cuerpo era redondeado y con muchos bultos, como un saco lleno de pelotas. Tenía dos pequeños ojos, apenas visibles, hasta el punto de que sólo podía distinguir su contorno, sin tener claro si tenía globos oculares. En contraste, su boca era grande y disponía de dientes grandes y muy afilados, sonriendo maliciosamente. Unos largos y delgados brazos salían de la parte de arriba de su cuerpo, poniéndose a la altura de sus pies. Su piel era de un color verde putrefacto.

 

Leenah había visto a ese ser con anterioridad, en un libro que trataba sobre demonios y otros seres mitológicos. Y, si no recordaba mal, el de la imagen se llamaba Kral, un demonio que, se dice, aparecía cuando las personas cometían un acto atroz contra otro ser vivo, alimentándose de los sentimientos negativos que se generaban. Pero, ¿qué quería decir el que apareciese junto a esa frase?

 

-Con las mismas sílabas... distintas las letras... en su tamaño se esconde el secreto –leyó, cavilando sobre lo que podría significar.

Dado el contexto, lo más probable era que se refiriese a la palabra “Korral”. Quizás estuviese relacionado con la forma de escribirla.

“Mismas sílabas”... tomándose de manera literal, lo primero que se le vino a la cabeza fue mantener el mismo orden de sílabas que tenía, es decir, ésta debía sonar igual. De lo contrario, habría sido más lógico decir “Mismo número de sílabas”. Quizás se equivocase pero, por el momento, continuaría por ese camino.

 

Después estaba “Distintas las letras”. Si éstas eran distintas pero la palabra debía sonar igual, la combinación que se le venía a la mente era “Corral”. Entonces venía “En su tamaño se esconde el secreto”. ¿Se refería al tamaño de la palabra? ¿Debía escribirla en mayúscula? Y si era así, ¿qué tenía que ver la imagen del Kral?

 

Fue entonces cuando una bombilla se le iluminó. Kral tenía letras que también se encontraban en la palabra Korral. Así pues, ¿y si cambiaba el tamaño de dichas letras de forma que fuesen diferentes unas de otras? De esa forma, quedaría como “KoRrAL”.

 

Probando a ver qué pasaba, la joven lo escribió en el navegador, encontrándose con un hecho de lo más curioso: sólo aparecía un resultado. No venía la dirección de la web, ni siquiera una descripción de la misma. Lo único que aparecía era KoRrAL.

 

Tragando saliva, decidió pulsar, lo que le llevó a una imagen en la que aparecía la foto en blanco y negro de una chica de pelo largo, probablemente de la misma edad que ella, rasgos occidentales, muy guapa pero con expresión triste, como si no desease estar ahí. Debajo, había escrito un nombre y un año: Janeth Johnson, 1853.

 

Cuando se disponía a buscar información sobre ese nombre, el guarda de seguridad de la biblioteca le interrumpió, diciéndole que ya era hora de cerrar. Se había entretenido tanto buscando información en páginas web inútiles que, cuando por fin había dado con algo interesante, se había quedado sin tiempo. Por tanto, se contuvo la rabia que no se habría atrevido a sacar frente al hombre y se marchó de allí en silencio.

 

Era de noche y estaba bastante oscuro pero todavía había gente. Al caminar unos pasos, la realidad volvió a ella como un soplo de aire gélido, dándole ganas de detenerse en mitad de la acera y no moverse de allí. ¿Qué podía hacer? Necesitaba un lugar donde dormir pero su casa no era una opción. Si al menos tuviese algún amigo o amiga...

Quizás podía quedarse durmiendo a la intemperie. No hacía mucho frío en esa época del año. Un buen banco no estaría mal... pero a quién quería engañar, ni que fuese capaz de hacer algo así...

 

Sus pies le llevaban a ninguna parte, deseando que ocurriese algo que hiciese desaparecer su hogar, su familia y su instituto. Que hiciese desaparecer todo.

Cuando quiso darse cuenta, estaba en una calle totalmente vacía.

-¿Dó-dónde está la gente? –tartamudeó, encogiendo los brazos por el miedo.

Incluso si había estado ensimismada, siempre había notado la presencia de alguien cerca, a veces, mirándola con curiosidad. Sin embargo, ahora no se escuchaba ni un alma.

 

Se trataba de una calle totalmente recta, sin bifurcaciones ni curvas. Los edificios, cuya fachada era de color gris oscuro, parecían abandonados, y no se observaba ningún negocio que pudiese estar abierto. Por si fuese poco, las farolas que la iluminaban tenían la bombilla estropeada y la luz se encendía y apagaba con frecuencia. Además, pese a que todo estaba en silencio, a veces podía escucharse el susurro del viento, seguido del movimiento de papeles o bolsas de plástico.

 

Viendo aquel tétrico escenario, intentó volver atrás pero éste se extendía también en esa dirección. Era como si nunca hubiese existido otro camino.

 

Por otro lado, había algo diferente a lo lejos. La figura de una única persona, de la que apenas podía distinguir sus rasgos. Lo único que podía decir de ella es que llevaba ropa negra, lo que contrastaba con el blanco de su cabeza, también cubierta por algo negro en la parte de arriba.

No se movía de su sitio pero le daba la sensación de que la miraba.

 

Asustándose cada vez más, empezó a correr en dirección opuesta. No obstante, el escenario no cambiaba en absoluto. Siempre los mismos edificios, las mismas farolas y hasta los mismo restos de basura.

 

Nunca se había considerado una buena atleta. Para colmo de males, el agobio que sentía en aquella situación no ayudaba, por lo que, poco después se encontraba jadeando y al borde de la taquicardia, con las manos sobre sus rodillas y dejando caer saliva sobre el hormigón que constituía las baldosas.

 

Entonces, con una mezcla de curiosidad y miedo, miró hacia atrás. Y allí seguía, la misma figura humana, sólo que más cerca que antes. Esto provocó que se cayese hacia atrás, arrastrándose unos centímetros sin apartar la vista de lo que fuese aquello. Posteriormente, se levantó y dio media vuelta, reiniciando la carrera.

 

“¡¿Qué está pasando?! ¡¿Por qué la ciudad sigue igual?!”, pensó poco antes de tropezar y caer al suelo otra vez, golpeándose una de las rodillas y haciéndose una herida.

 

De repente, una de las farolas se encendió justo encima de la chica, reflejando su sombra en el suelo al mismo tiempo que incorporaba la parte de arriba de su cuerpo. En ese momento, la luz reflejó otra sombra, situada justo detrás de ella. Era de una persona, aparentemente mujer, debido a su larga melena y vestido, ambos mecidos por el viento.

 

Aquello le hizo contener la respiración, sin atreverse a desviar la mirada de su figura, detenida a escasa distancia de ella, sin mover ni una sola parte de su cuerpo. Era aterrador, cada pelo de su cabello le parecía un estrechísimo tentáculo dispuesto a agarrar su garganta en el momento en que intentase huir.

 

La luz de la bombilla parpadeó. Fue un instante pero, una vez volvió a encenderse, su silueta había desaparecido. No sabía qué hacer. Si levantarse y proseguir en su inútil huida, o simplemente esperar en esa misma posición a que, fuese quien fuese ella, acabase con su vida.

 

Y decidió levantar la cabeza, entrando en su campo de visión su vestimenta negra azabache y su largo pelo del mismo color que crecía en su dirección, desplazándose como serpientes, cogiéndola de sus extremidades y obligándola a mirarle a la cara. Y hubiese preferido cualquier cosa menos eso.

Su rostro, casi despellejado y putrefacto, se acercó al suyo. Las cuencas de sus ojos estaban vacías, absorbiendo todo su ser; y lo que más miedo le daba, su boca estaba cosida.

 

Una sensación cálida recorrió sus piernas hasta acabar empapando el suelo. Al mismo tiempo, lágrimas caían sobre sus mejillas, fundiéndose con el sudor frío de su cuerpo.

-Yo cumpliré tu deseo... –le dijo una voz anormalmente grave y difícil de entender, aunque no sabía si era culpa de esa mujer o al creciente pavor que ocupaba su mente.

-No... por favor... –suplicó.

 

Ella esbozó una sonrisa, rompiéndose poco a poco los hilos que mantenían cerrada su boca, la cual se abrió, ensanchándose exageradamente hasta el punto de caber perfectamente el cuerpo de una persona. Su interior carecía de lengua pero sí conservaba unos dientes afilados parecidos a los que había visto en la imagen del Kral.

 

No le quedó voz para gritar. Tampoco valor para cerrar los ojos. Simplemente se dejó a merced del monstruo mientras el fondo de su garganta se aproximaba cada vez más...

 

Entonces despertó. Se encontraba en su habitación y la luz del día penetraba por la ventana. Tras desplazar la vista de un lado a otro, se incorporó y confirmó que se trataba de su dormitorio.

“¿Todo ha sido un sueño?”, pensó mientras se pellizcaba el brazo y se sorprendía al sentir dolor.

 

Había sido muy real. Tan real como el sudor que cubría su cuerpo o la orina que empapaba sus sábanas. Sin embargo, la herida que se había hecho mientras huía se había esfumado.

 

Confusa, decidió salir de la cama y mirar la hora. Eran las 7:00 de la mañana del día siguiente. ¿Acaso se había desmayado y alguien la había llevado a casa? ¿Y si ella misma había caminado hasta allí sin darse cuenta?

 

Mientras cavilaba, la puerta se abrió, apareciendo su madre, arreglada para ir al trabajo y con una sonrisa en la boca.

-¡Leenah, es hora de ir...! ¡Si ya estás despierta! ¡¿Te has acordado esta vez de poner el despertador?!

 

Su imagen le pareció de ensueño. Hasta el punto de confundirla todavía más.

No se observaban moratones en su rostro ni en sus brazos, ni tampoco estaba maquillada por lo que no creía que los hubiese ocultado. Además, su manera de hablarle... es como si su padre nunca hubiese muerto ni su nuevo novio existiese...

-Cuando estés lista, vente a la cocina. Harry ha hecho un desayuno con el que te vas a chupar los dedos.

 

Un momento, ¿Harry?, ése era el nombre de ese bastardo violador. ¿Y decía que había hecho el desayuno? ¿Qué estaba pasando?

 

Una vez su madre se hubo retirado, la chica volvió a pellizcarse, esta vez, en varias zonas de su cuerpo, pero no importaba cuantas veces lo hiciese, siempre notaba dolor y nada de lo que veía, oía o, en general, sentía, le indicaba que se trataba de un sueño.

 

Así pues, decidida a verlo con sus propios ojos, se vistió y se dirigió a la cocina donde le esperaban su madre y Harry, quien, para variar, iba bien vestido y servía el desayuno con expresión afable y tranquila.

-¡Oh, Leenah! –exclamó Harry con una voz que casi le hace reír por el contraste que había con lo que sabía de él- ¿Cómo estás? Anoche, llegaste un poco cansada. Me tenías preocupado.

¿Preocupado? ¿De qué estaba hablando? ¿Desde cuando se preocupaba por ella? A no ser que existiese la posibilidad de transmitirle una venérea, claro. Entonces sí que se preocupaba.

 

Por supuesto, se guardó dentro todas esas preguntas.

-Bien...

Se limitó a decir mientras se sentaba sobre la mesa y miraba dubitativa las tostadas y los huevos revueltos que tenía enfrente.

-¡Vamos, come, que se enfría! –la apremió su madre.

 

La mañana continuó igual de extraña. Resulta que Harry había encontrado trabajo y era su primer día. Verle con traje y corbata era casi tan cómico como la amabilidad con la que las trataba ahora.

 

Así pues, en cuanto tuvo ocasión, llevó a su madre al salón y habló con ella sobre aquel extraño cambio de actitud.

-¿No has notado raro... a Harry...? –preguntó.

-¿Eh? ¡Ah! ¡¿Lo dices por cómo se comporta?! Bueno, es cierto que últimamente hemos tenido nuestras discusiones pero, ya sabes, cosas que pasan durante la convivencia. Al final, ha sido él quien ha cedido y ambos nos hemos disculpado. Nada de qué preocuparse... En cualquier caso, me tengo que ir, hija, que voy a llegar tarde al trabajo. ¡Date prisa tú también!

Y dejándola con la palabra en la boca, se marchó.

 

¿Se había perdido algo o es que resulta que todos aquellos golpes y violaciones habían sido un sueño? No entendía nada. Era como si todo lo malo que le había ocurrido desde que llegó ese individuo fuese imaginación suya. Le parecía todo tan... normal...

 

En cualquier caso, ¿significaba aquello que el profesor Ethans no había hecho esa llamada y que tampoco tenía planeado visitar su casa? Al fin y al cabo, ninguno de los dos le había comentado nada al respecto. ¿Y si les había llamado pero habían decidido no decírselo? ¿Y si aquel cambio tan radical se debía a que había hablado con ellos? No, ese tipo no cambiaría por su bien. Sólo lo haría si era por algo que le convenía. ¿Y si ése era el caso?

 

La cabeza le daba vueltas. Tenía la sensación de estar volviéndose loca, y tuvo que respirar hondo varias veces para calmarse.

“Por el momento, iré al instituto. Quizás allí pueda saber algo más...”

 

Una vez allí, la chica se dirigió a la misma aula de siempre. Ya por el camino hubo algo que le resultó extraño. No se había topó con nadie que la acosase o humillase. Es posible que simplemente estuviese teniendo suerte pero, aun así, no podía quitarse de encima esa sensación de que las cosas habían cambiado, más teniendo en cuenta lo ocurrido con su familia.

 

La mayor sorpresa vino cuando, al entrar en clase, un par de chicas se acercaron a ella.

-Leenah, ¿va todo bien? Dicen que ayer te vieron salir de la sala de profesores. ¿Pasó algo con el profesor Ethans?

-¿Eh? –poniéndose nerviosa por el repentino interés de sus compañeras, Leenah dio un paso hacia atrás, poniendo una mano en su mochila de manera instintiva.

¿Se están burlando de mí? Fue lo primero que le vino a la mente. Sin embargo, o eran muy buenas actrices o de verdad estaban preocupadas. Le costaba creer que sus expresiones no fuesen reales.

-Eh... estoy... bien... –respondió, tímidamente.

-Ah, menos mal. Pensaba que te habías metido en problemas.

-¡Me alegro de que no fuese nada! –exclamó una de ellas, volviendo a su sitio poco después.

 

Las clases transcurrieron igual de normales. Ninguna broma pesada, ni lanzamiento de bolas de papel, ni nada por el estilo. Es más, cuando llegó la hora del almuerzo, un grupo le propuso unirse a ellas, provocando que se le cayese al suelo el dinero que creía que le iban a pedir.

 -Toma –dijo una joven que pasaba cerca de su mesa, mientras extendía su mano con algunas de las monedas, y que resultó ser Emma, la joven de pelo corto que jugaba en el equipo de baloncesto y que tantos problemas le había causado.

 

Leenah no las recogió inmediatamente, situando los brazos cerca de su cuerpo por el miedo.

-¿Pasa algo? –preguntó Emma al observar su reacción, con tono confuso, aunque sin mostrarse molesta por ello.

-No... –respondió Leenah, cogiendo las monedas. Entonces, la otra chica asintió y se marchó sin decir nada más.

 

Sus compañeros se interesaban por ella y no la discriminaban pese a sus dificultades para comunicarse. No había problemas en su familia. Era como un deseo hecho realidad.

 

Fue en ese momento cuando recordó las palabras de aquel monstruo en sus sueños, “Yo cumpliré tu deseo...”. ¿Había ocurrido realmente? ¿Significaba eso que, al final, no había sido un sueño?

En cualquier caso, aún le quedaba algo por comprobar. Por lo que, cuando terminó la última clase, impartida por el profesor Ethans, se dirigió hacia él.

-¿Qué quieres, Leenah?

-Esto... verás... quería saber... sobre mi madre... la llamada...

-¡Ah! ¿¡Te refieres a lo que hablamos ayer!? ¿No te lo ha contado tu madre? La llamé para hablar sobre tu situación. Que te encontraba más decaída y triste, y pregunté si podía deberse a algo que hubiese ocurrido en casa. Ella me contestó que últimamente había discutido con su pareja y que eso debía de haberte afectado. Así que lo estuvieron hablando y decidieron arreglarlo por tu bien. Dime, ¿ha ido todo bien esta mañana? –la joven asintió- ¡Me alegro! ¡Ambos se preocupan mucho por ti, así que tienes que hablar con ellos sobre lo que te pase! ¡Sólo de esa forma podréis arreglarlo entre vosotros! Aunque también puedes contar conmigo, ¿de acuerdo?

Poniendo una mano sobre la cabeza de la chica, con intención de tranquilizarla, Ethans sonrió.

 

Aquella noche, por primera vez en mucho tiempo, su madre la arropó. No es como que se sintiese cómoda con ello pero quería confirmar lo que le había dicho el profesor.

-¿Es cierto que... dejasteis de discutir por mí?

Su madre se detuvo unos instantes mientras ponía el edredón sobre la chica.

-No quise decírtelo para que no sintieses... ya sabes... que tenía que ver contigo.

-Yo... me alegra que os preocupéis por mí... pensaba que nuestra relación iba mal pero... me alegro que todo se haya arreglado...

Su madre le dio un pequeño beso en la frente y se levantó del suelo en el que había apoyado las rodillas.

-Buenas noches, cariño.

-Buenas noches, mamá.

 

Los días posteriores continuaron de la misma forma. Por fin sentía que podía vivir una vida normal. Conversar con amigos como otros adolescentes, ver la tele junto a su familia, sin preocuparse porque la violasen, la humillasen, le hiciesen sufrir. Ya no le importaba si era un sueño o si lo había sido su contacto con aquel monstruo. No le importaba lo raro que pareciese ese cambio. Si el mundo había cambiado, entonces sólo tenía que empezar de cero. Una vida nueva. Sí, la vida era maravillosa. Maravillosa...

 

Fue entonces cuando miró sus manos y las vio completamente rojas, manchadas de sangre.

-¿Eh?

Estaba en su aula, pero lo que tenía delante distaba mucho de su imagen sobre ella.

Había órganos humanos desparramados por el suelo, muchos todavía sujetos a los cuerpos descuartizados y sin vida de sus compañeros, cuyas expresiones, desencajadas por el dolor sufrido antes de sus muertes, se hundían en charcos de sangre que se acumulaban incluso sobre mesas y sillas, desde donde descendían, formando gotas, hasta colmar la sala.

 

Los ojos de la joven se desplazaron, horrorizados por aquel escenario. Todo su cuerpo, tembloroso e inmóvil. Su mente estaba tan colapsada que ni siquiera se había parado a preguntarse por qué había ocurrido aquello y por qué ella era la única que seguía viva.

 

Finalmente, reparó en una motosierra situada justo a su lado. Ésta tenía restos de piel, músculo y algún trozo de intestino pegados a sus dientes. No hacía falta ser inteligente para adivinar que se trataba del arma del crimen, aunque, en el estado en el que se encontraba, a saber si podría volver a ser usada.

-¿No estás contenta? Tu deseo se ha cumplido –dijo una voz grave, dentro de su cabeza. En un principio no la reconoció (suficiente con que no se había desmayado por el shock) pero, al poco tiempo, la recordó de ese sueño con el monstruo.

-N... o... –dijo, con un hilo de voz.

-¿No? Qué extraño. Recuerdo que antes de encontrarte conmigo lo deseaste. Es más, quizás por desearlo, diste conmigo. “Quiero que ocurra algo que haga desaparecer todo”, ¿no es eso lo que pensaste?

 

Ese recuerdo le vino como un flashback, independientemente de que no quisiera rememorarlo. Sin embargo, no se detuvo ahí. A éste le siguieron otros que no reconocía, como uno en el que, con la motosierra que tenía al lado, en sus manos, descuartizaba a su madre mientras ella gritaba, haciendo lo mismo, posteriormente, con Harry, con quien empezó por el pene. Tras éste, apareció otro en el que veía a sus compañeros de clase intentando salir del aula por alguna de las puertas o ventanas, misteriosamente cerradas o imposibles de romper, pidiendo ayuda a llantos mientras la joven los eliminaba uno a uno.

 

-Yo sólo te ayudé. Hice lo que tú me pediste. Fuiste tú la que hizo realidad ese deseo. Todo mientras soñabas con la felicidad que pudiste haber obtenido. Ahora todo ha acabado. Ya puedes vivir en paz.

En ese momento, entró el profesor Ethans en el aula, quien vomitó pocos segundos después de ver lo ocurrido. Conforme se recuperó, dirigió la vista hacia Leenah, quien seguía de pie con la mirada fija en los cadáveres.

-¿Lee... nah...? –dijo él mientras la chica le devolvía la mirada con los ojos casi fuera de sus órbitas, de la impresión, y la boca entreabierta.

 

Algo terminó rompiéndose en su cerebro, comenzando a reírse al ver a Ethans allí. Al principio fue una risita pero pronto se convirtió en histeria, casi desencajándose la mandíbula. Sus manos arañaban su propio rostro con movimientos sin sentido.

-Leenah... –repitió el profesor, alargando su brazo como si quisiese detenerla.

Pero era demasiado tarde. La joven, todavía descontrolada, se dirigió a una ventana, la abrió y se lanzó con la cabeza por delante.

 

Mientras su cuerpo cubría los metros que la separaban del suelo, una parte de su mente repetía una y otra vez “Yo sólo quería vivir una vida normal”.  Entonces, su cabeza chocó contra el suelo con un sonoro “¡Croc!”, derramándose sangre a partir de su cuerpo sin vida.

2: Case II
Case II

“El amor es bello y a la vez cruel”. Era una frase que había escuchado muchas veces en boca de otras personas. En ese momento, no estaba seguro de si ambas palabras describían lo que sentía. Quizás, incomprensible, era lo que más se le acercaba.

 

Hacía tiempo que Roger estaba enamorado de Mary, una buena amiga a la que conocía desde pequeño. Juntos habían pasado por muchas cosas, de hecho, ya había confesado sus sentimientos por ella una vez, e incluso fueron pareja durante un par de años, pero, a veces, las cosas no salen como a uno le gustaría. Puede que sólo fuesen compatibles como amigos. Que la cruda realidad no les permitiese estar juntos. Y pese a todo, él seguía queriéndola. No importaba el que hubiese salido con otras personas. Al final, su mente siempre volvía a ella. Sí, después de todo, puede que aquella situación se considerase cruel...

 

-Ayer por la mañana se produjo una masacre en el aula de un instituto. Al parecer, una alumna, armada con una motosierra, descuartizó a todos sus compañeros para, posteriormente, suicidarse tirándose por la ventana. Fue uno de sus profesores quien descubrió la atrocidad, aunque no sería hasta más tarde cuando se informó de los hechos a las autoridades. La policía está esperando para interrogar al profesor, quien actualmente se encuentra bajo tratamiento psicológico.

En relación a esta misma noticia, también se han encontrado los cadáveres de la madre de la joven y su pareja en el mismo estado que los alumnos, por lo que se deduce que su asesinato ha sido perpetrado por la misma persona.

-¿Creéis que ese profesor la convenció para que lo hiciese?

-¡¿Qué dices, Frank?! ¡No seas tan retorcido! –le replicó Roger a su hermano mientras desayunaban.

-¿Quién sabe? Podría pasar.

 

Aquella mañana era un poco diferente a lo habitual. Roger vivía sólo en un pequeño piso de alquiler. Un aseo, una cocina-salón, su dormitorio y una amplia galería constituían su hogar. Nada del otro mundo pero tampoco podía permitirse mucho con lo que cobraba por su trabajo, sobre todo, teniendo en cuenta que debía compaginarlo con sus estudios en la universidad.

 

Ese día, su hermano, Frank, iba a pasar la mañana con él, aunque también se había quedado a dormir la noche anterior. Al parecer, los de su clase tenían que visitar una universidad a elección del alumno y con la supervisión de un mayor de edad, así que qué mejor que su hermano mayor para guiarle por los entresijos de la facultad de Bellas Artes a la que asistía.

-Como te pases de la raya pienso decirles a tus profesores que has estado todo el día haciendo lo que te ha dado la gana. Y sabes que puedo.

-¡Oh, vamos, Roger! ¡Enróllate un poco! ¡Será divertido! ¡Tú, Mary y yo; juntos como cuando éramos pequeños!

-Más bien éramos Mary y yo. Tú te pegabas a nosotros, y en cuanto intentábamos echarte, nuestros padres nos obligaban a jugar contigo. Menos mal que Mary es hija única. Otro más como tú y lo habríamos tenido claro –suspiró el hermano mayor.

-Oh... ¿Tan pequeñitos y ya queríais privacidad? –sonrió Roger.

-Mejor, cállate.

-En serio, no entiendo por qué no estáis juntos. Es veros y darme diabetes.

-Ya hemos hablado sobre esto. Lo intentamos y no funcionó.

-Pero tú sigues coladito por ella, ¿verdad?

-¿Y qué si es así?

-Nada, sólo que, si os quedáis así de estancados, al final se irá con otro.

-¡Anda, cállate y termina de desayunar! ¡Que llegamos tarde!

 

Con esto dicho, Roger recogió su plato y su taza y se dispuso a fregarlos mientras su hermano terminaba. Ese tipo de conversaciones era normal entre ellos. Tenían una buena relación pese a las típicas riñas entre hermanos. Lástima que no pudiese decir lo mismo de su padre. Precisamente, él era el motivo por el que había decidido vivir por su cuenta. Y todo porque quería que estudiase otra carrera.

Su madre ya había intentado reconciliarlos en varias ocasiones pero, desde el punto de vista de Roger, hasta que no fuese capaz de aceptar sus planes de futuro, no habría posibilidad de ello.

 

Así pues, allí estaba, saliendo de su piso de alquiler hacia la universidad, con su hermano pequeño al lado, corriendo para pillarle. Éste era tres años menor que él, más atlético y algo más bajito. Llevaba el pelo color castaño y de punta, uno de esos peinados modernos que llamaban bastante la atención. A estas características, solía acompañarles una personalidad abierta y bromista.

-Qué suerte tienes, ¿eh? Tienes la universidad cerca de casa –dijo Frank.

-¿Suerte? Te recuerdo que tuve que irme de casa.

-¡Pero eso también es una suerte!

-¡Ja! Me gustaría verte a ti cocinando y limpiando por tu cuenta.

-¡Eh, que yo ayudo en casa!

-Sí, una vez cada cuatro años, como las Olimpiadas.

 

De repente, Roger sintió un par de manos tapándole los ojos y la sensación de algo tocando su espalda.

-¡¿Quién soy?! –preguntó una voz femenina. Sólo se le ocurría una opción posible.

-¡Mary! ¡No hagas eso! ¡Vas a conseguir que tropiece! –se quejó el chico.

-¡Vaya, qué susceptible estás! –dijo ella, bromeando mientras le abrazaba- ¿Quieres que te haga un masaje para relajarte?

-Pues no estaría mal. Tener que aguantar a éste tensa todos los músculos del cuerpo –respondió Roger, mirando a Frank.

-¡Eh! ¡Si soy un cielo!

-¡Pues claro que sí! ¡¿Qué hay, Frank?! –dijo Mary, chocando manos con el chico para, segundos después, situarse al lado de Roger.

-Ya me ves. Vigilando que mi hermano no haga novillos.

-Eso debería decirlo yo –replicó Roger.

-¡Jajaja! –rió la joven.

 

Mary, por lo general, solía actuar como la mediadora entre ambos. Era una chica alegre y simpática, también bastante sociable. Tenía el pelo rizado y largo hasta el cuello, siendo éste de color rojo cobre. Sus ojos eran pequeños y azul celeste y sus mejillas presentaban algunas pecas, algo que Roger consideraba encantador.

-Espero que disfrutes tu estancia en la facultad, Frank. Aunque pensaba que irías a por algo relacionado con el turismo –dijo Mary

-Bueno, digamos que quiero recoger información de varias facultades antes de tomar una decisión.

-Sabia elección.

 

Al llegar a la universidad, se encontraron con varias construcciones separadas por un camino que rodeaba a todas y cada una de ellas, incluyendo los edificios que no correspondían a facultades sino a aulas auxiliares de las mismas. Así pues, siguieron dicho camino en dirección derecha y continuaron recto, atravesando una zona de naranjos, plantados en línea a cada lado, y un polideportivo.

-Este sitio es bastante grande –se sorprendió Frank mientras giraban a la izquierda, dejando atrás un campo de fútbol.

-No te creas. Las hay más grandes –objetó su hermano-. Ya hemos llegado.

 

Frente a ellos se encontraba un edificio en cuya fachada se podía observar un letrero dónde ponía “Facultad de Bellas Artes”. Justo debajo, había un mural pintado con vivos colores en el que se retrataba a pintores e ilustradores que habían realizado aportes significativos al mundo del arte.

Una escalera y una rampa llevaban hacia una puerta de cristal que constituía la entrada, extendiéndose poco después el hall, donde había varios alumnos reunidos, charlando.

-Como puedes ver, a la izquierda se encuentra el salón de actos y, a la derecha, el decanato. Si seguimos hacia delante se encuentran la sala de grados, la cantina y algunas de las aulas teóricas, además de las escaleras que llevan a la siguiente planta, donde se pueden observar varios departamentos y aulas de prácticas.

-Ooooh... –se impresionó Frank, aunque Roger no sabía decir si iba en serio o no.

-Ahora mismo tenemos clase de teoría, así que si quieres venir con nosotros... –propuso Mary, antes de ser interrumpido por el hermano mayor.

-Tendrá que hacerlo, no le puedo dejar solo aquí.

-Con lo que molaría explorar por mi cuenta.

-Ni lo sueñes. A saber el jaleo que armarías.

 

De esa manera, subieron las escaleras hacia una de las aulas teóricas situadas en la planta de arriba. Ya allí, se sentaron por la parte de enmedio y esperaron a que llegase el profesor de la asignatura, con el que Roger habló, con el fin de explicarle las circunstancias de su hermano, las cuales, no supusieron ningún problema.

 

Así pues, las clases se sucedieron hasta que se hizo la hora del almuerzo, para lo que se dirigieron a la cantina.

-¿Qué te ha parecido por el momento? –preguntó Roger, mientras esperaban su turno para pedir.

-Mm... A grandes rasgos no estoy seguro de qué decir pero las prácticas han sido bastante entretenidas.

-Jaja, entonces opinas como la mayoría de los alumnos –dijo Mary.

 

En ese momento, un chico se acercó a los tres. Roger lo había visto alguna vez por la facultad. Debía de medir más de metro ochenta, delgado, pelo bastante parecido al de su hermano pero moreno, gafas de montura gruesa y ojos verdes. Su expresión era bastante afable pero, por alguna razón, hubo algo de él que no le hizo sentir cómodo. Ese sentimiento se agudizó cuando comenzó a hablar con Mary.

-Hola, Mary.

-¡Oh, Josh! ¿Qué tal estás? ¿También has venido a almorzar?

-No, yo ya he almorzado. Quería devolverte esto –dijo mientras sacaba de su mochila un libro de arte contemporáneo y se lo entregaba-. Muchísimas gracias, de verdad. En la biblioteca estaban todos prestados y ya no me quedaba tiempo.

-No hay de qué –respondió ella, sonriente- ¡Ah, por cierto! Roger, Frank, os presento a Josh, un compañero de arte contemporáneo. Josh, ellos son Frank y Roger, mis amigos de la infancia.

-Encantado –dijo Josh, extendiendo la mano.

-Lo mismo digo –contestó Frank animadamente, estrechándosela. Roger hizo lo mismo, sin embargo, su expresión era más seria que la de su hermano.

-Esta tarde quedamos a la misma hora, ¿no? –dijo Josh, dirigiéndose de nuevo a la chica.

-Sí, claro, en el parque que hay al lado del centro comercial.

-Vale. Un placer, chicos. Que disfrutéis del almuerzo.

-¡Gracias! –exclamó Frank.

 

-¡Qué callado te lo tenías! –una vez se hubo ido, el pequeño de los dos hermanos le dio un codazo en el costado a la joven, sonriendo maliciosamente- Podrías habernos dicho que estabas saliendo con alguien.

-Si no os he dicho nada es porque, por el momento, no es nada serio. Sólo nos estamos conociendo.

-Ya, ya. Jejeje... En cualquier caso, parece un buen tío.

-Y muy inteligente. Es el que tiene las mejores notas de toda la clase.

-Ah, uno de esos alienígenas con un súper cerebro –dijo Frank, sabiendo que él mismo no destacaba por sus buenas notas.

-Frank... –dijo ella con una sonrisa irónica, para luego dirigirse a su otro amigo- ¿Tú que opinas, Roger?

-¿Eh? ¿Sobre qué?

-Sobre Josh.

-¿Por qué me preguntas a mí?

-Bueno, porque eres un preciado amigo mío, hemos salido juntos y confío en tu criterio.

El chico se quedó en silencio durante unos instantes, tratando de disimular su malestar a fin de contestar de la mejor manera posible.

-Se le ve buena persona. Por supuesto, conviene conocerle mejor. Nunca se sabe lo que esconde alguien en su cabeza...

-¡Puff! –Frank amagó una risa, interrumpiéndole. Sabía que lo decía por él mismo

-...pero estoy seguro de que no hay nada de lo que preocuparse –continuó mientras, a espaldas de la chica, pellizcaba a su hermano.

-Mm... te veo raro –dijo Mary, frunciendo el ceño mientras acercaba su cara a la de Roger- ¿Ha pasado algo?

-¿Eh? N-no nada.

-¿Seguro? Te conozco desde hace tiempo, Roger. Y me da la sensación de que ocultas algo. Desde hace tiempo, además.

-No es nada, de verdad –el chico movió las manos de un lado a otro en señal de negación.

-Bueno, en cualquier caso, hoy invito yo a almorzar, así que pedid lo que queráis. ¡Sin pasarse! –sentenció, desplazando la vista hacia Frank, a quien se le había iluminado la mirada.

 

El tiempo pasó y llegó la tarde. Los hermanos se despidieron de la chica tras escuchar ésta la opinión final de Frank sobre la facultad.

-La verdad es que me ha gustado. Sobre todo la cantina. La tendré en cuenta para cuando entre en la universidad.

-¿Sólo por la cantina? –preguntó la chica.

-Es el mayor motivo... –bromeó el chico- Ahora en serio. El arte es uno de mis intereses desde que Roger me introdujo en el tema y, después de esto, ese interés ha aumentado. Veremos cual será la respuesta final...

 

Ya solos, caminaron de vuelta al piso de Roger.

-¿Quieres que te acompañe a casa?

-No creo que sea buena idea. Si te encuentras con papá puede que todo acabe en guerra.

-¡Oh, vamos! ¡Creo que en casos así los dos sabremos mantener la compostura!

-No me fío. Además, tienes que trabajar, ¿verdad? Es mejor que no llegues tarde.

-Como quieras –respondió Roger, encogiéndose de hombros y abriendo la puerta con su llave-. Coge tus cosas, anda.

-¡Sí, señor!

-¡Vale ya con el pitorreo!

-¡Jajaja! –riendo, el chico se adentró en el dormitorio de su hermano.

Mientras tanto, éste puso un rato la televisión. En la pantalla, aparecieron más datos sobre el asesinato del que habían hablado por la mañana. Entre ellos, una foto de la asesina.

-¿Eh? Su cara me suena de algo –dijo Roger, agudizando la vista como si aquello le ayudase a recordar.

-¡Ya estoy! –exclamó Frank, reuniéndose con él.

-¡Ah, bien! ¡Vámonos, entonces! –dicho esto, apagó el aparato y ambos se marcharon- Por cierto, ¿cómo es que papá no te ha dicho nada sobre visitar la facultad de Bellas Artes? Ya sabes lo poco que le gusta la rama artística.

-No se lo he dicho.

-¡¿En serio?! ¡¿Y si la terminas eligiendo?!

-Ya me las apañaré. No le des tantas vueltas.

-Ahora estoy preocupado...

 

Tras separarse, Roger se dirigió a su lugar de trabajo, un supermercado situado cerca de la biblioteca de la ciudad y que comenzaba a expandirse como franquicia.

Durante el trayecto, una parte de su mente divagaba sobre la decisión de Frank, pero el mayor porcentaje se hallaba ocupado por lo ocurrido con Mary. No dejaba de preguntarse si estaría con ese chico ahora.

Antes de irse, Frank le había preguntado si estaba bien, teniendo en cuenta sus circunstancias. Él había contestado que no podía hacer nada al respecto, su relación no iba a avanzar. No mientras ella no le viese como algo más que un amigo y él no obtuviese algo más que besos y sexo. Durante su relación, siempre había tenido la sensación de que había un vacío entre ellos. Lo mismo que ser amigos pero con derecho a roce. No existía ese “algo” que le hiciese sentirse querido.

 

A su paso frente a la biblioteca, el chico suspiró, todavía pensativo, sin embargo, la imagen del edificio le hizo volver en sí mismo durante un instante. El suficiente como para recordar la imagen fotográfica de la asesina.

 

Fue entonces cuando recordó haberla visto, justo el día anterior a la masacre, al salir del trabajo. Ella caminaba por la acera de enfrente y le llamó la atención el hecho de que no parecía encontrarse bien. En ese momento, un coche pasó por delante, perdiéndola de vista un momento. Cuando quiso darse cuenta, había desaparecido. La conclusión más lógica a la que llegó fue que habría entrado en algún establecimiento.

Se preguntaba si, por entonces, ya estaría planeando el asesinato de sus compañeros.

 

Un escalofrío recorrió su cuerpo. Tenía la sensación de haber presenciado algo que no debiera. Por tanto, decidió olvidar el tema y centrarse en sus labores.

 

Al día siguiente, mientras se dirigía de nuevo a clase, se encontró con Mary. La joven estaba absorta en sus pensamientos, sin prestar demasiada atención a su alrededor. Esto supuso una oportunidad para él, quien se situó silenciosamente detrás de ella y la asustó, cogiéndola por los hombros.

-¡Ah! –gritó ella, encogiendo el cuerpo- ¡¿A qué ha venido eso?!

Su reacción le extrañó. Se esperaba un grito sorpresa pero aquello fue más parecido a la ira.

-¿Te encuentras bien? –preguntó Roger, en un tono más serio.

-S-sí, es sólo que... me has asustado...

-Ya veo...

Justo como ella le había dicho el día anterior, se conocían desde hacía mucho tiempo, y al igual que ella sabía cuándo le preocupaba algo, lo mismo se podía decir en su caso. No obstante, no había indicios de que quisiese hablar sobre ello, así que decidió no indagar más.

 

Después de eso, no volvieron a dirigirse la palabra durante lo que quedaba de camino. Eso cambió cuando apareció Josh, poco antes de que entrasen en clase. De repente, se encontraba más animada e incluso fue a abrazarlo. Los dos estuvieron hablando durante un buen rato, casi olvidando el hecho de que estaba presente. Si no hubiese llegado el profesor, aquella situación podría haber durado horas. ¿En serio su relación había evolucionado tanto en tan poco tiempo?

 

Cuando salieron de clase, Mary le dijo que tenía que hablar con un profesor, marchándose tan deprisa que ni siquiera le dio tiempo a responder. La primera vez que hablaba con él desde lo sucedido por la mañana y había sido para despedirse.

 

Poco después, volvió a ver a Josh, por lo que decidió preguntarle si sabía lo que le ocurría a Mary. Así pues, se acercó a él, quien le saludó alegremente.

-Hola. Roger, ¿verdad?

-Sí. Oye... ¿puedo hablar un momento contigo? Es sobre Mary.

-Por supuesto, dime.

-Ayer quedaste con ella, ¿verdad?

-Así es.

-¿Notaste algo extraño? ¿Algún comportamiento inusual?

-¿Eh?

-Sí, no sé. ¿La notaste más irascible?

-Pues... no, la verdad. Yo la vi igual que siempre.

-¿Estás seguro?

-Sí... –contestó Josh, mirándolo con preocupación, hecho del que Roger se dio cuenta.

-V-vale...

Puede que estuviese exagerando las cosas. Al fin y al cabo, no había hecho nada para enfadarla, ¿verdad?

 

Aquella noche, no pudo dormir. Lo ocurrido con Mary, así como el estrés que ya llevaba encima por el trabajo y los estudios, le terminaron pasando factura.

 

Sintiéndose incómodo acostado boca arriba y mirando al techo, decidió levantarse e ir a por un vaso de agua. Sin embargo, cuando abrió la puerta, lo que encontró frente a él no fue el corto pasillo que llevaba a la cocina-salón. De repente, se hallaba en mitad de una sala ligeramente rectangular, propia de un templo.

 

Había tres gruesos pilares de color rojo en cada uno de los laterales. Éstos parecían viejos, ya que parte de la pintura se había degradado y, sobre ellos, había una segunda planta, donde se podían observar barandillas de madera en los bordes de los pasillos, permitiendo una buena vista de la parte de abajo.

 

El suelo era de piedra, escalonado hacia el centro, donde se situaba un altar de mármol blanco, desgastado y lleno de barro. Éste tenía un dibujo tallado en el que aparecía un ser horrendo y abultado, de boca y dientes grandes, éstos últimos, afilados como cuchillos; y unos largos y delgados brazos que sobresalían de la parte de arriba de su cuerpo y descendían hasta ponerse a la altura de los pies.

-¿Qué es esto? –preguntó el chico, asustándose y girando la cabeza hacia atrás, dándose cuenta de que la puerta de su habitación había desaparecido, siendo sustituida por una pared de madera roída- ¿Dónde estoy?

 

El joven no sabía qué hacer, si moverse o quedarse donde estaba, con la esperanza de que aquella sala desapareciese y su lugar fuese ocupado por las habitaciones de su piso. El silencio en aquella cámara, apenas iluminada por un viejo candelabro colgado del techo, que disponía de varias velas encendidas; era escalofriante. Daba la sensación de que cualquier sonido que se presentase sería indicador de peligro.

 

Una ráfaga de viento, de origen desconocido, desplazó un gran número de hojas otoñales dispersas por el suelo amontonándolas sobre el altar. Como si de una señal se tratase, la parte de arriba de éste vibró, moviéndose lentamente hasta dejar abierta una pequeña rendija que llevaba a una zona hueca en su interior.

 

Roger quiso pensar que había sido cosa del viento, no obstante, tal pensamiento se esfumó al ver una mano asomándose por la rendija, separando todavía más la placa de mármol que cubría la parte hueca del altar.

-¡Joder! –exclamó, dando un par de pasos hacia atrás, hasta que su espalda se dio contra la pared.

 

Detrás de aquella extremidad, apareció la contraria, agarrándose a uno de los bordes. Ambas manos estaban despellejadas y descompuestas, dándoles un aspecto asqueroso, y a ellas les siguió una cabeza cubierta por una melena larga, negra y desordenada, pegada a un cuerpo ataviado con un vestido negro.

Se movía tambaleantemente, doblando las articulaciones de manera imposible hasta alcanzar una posición en la que la parte inferior del cuerpo se encontraba 180º girada con respecto a la superior. De esa forma, salió del altar a cuatro patas, con las manos por delante, giradas hacia la cabeza y apoyando en el suelo la parte de atrás de las rodillas.

-¿Qué... coño... eres...? –preguntó Roger, temblando y con los ojos desorbitados.

 

De repente, el ser corrió hacia él. La manera en la que se desplazaba era inhumana, como si sus huesos y músculos tuviesen vida propia. Eso por no hablar de la velocidad a la que lo hacía.

 

Reaccionando con rapidez, Roger echó a correr, rodeando el altar y buscando un lugar por el que escapar. Sin embargo, lo único que vio que pudiese darle cobijo fue el hueco del que había salido el monstruo.

 

Así pues, y pese a que no le hacía mucha gracia, alcanzó el altar y se lanzó hacia su interior. Lo que no esperaba era que el fondo de éste estuviese a varios metros de distancia, cayendo y cayendo hasta que su cuerpo tomó contacto con una superficie dura y fría. De nuevo, todo quedó en silencio.

 

El lugar en el que estaba ahora se encontraba sumido en la oscuridad. Da igual donde mirase, sus ojos no captaban ni un ápice de luz. Tanteó el terreno en busca de algo que le pudiese servir de guía, puede que incluso un objeto para defenderse. Al principio, sólo tocaba suelo, lo que le hizo cuestionarse cómo era que no se había matado o fracturado algún hueso, dada la altura desde la que había caído. No tardó en encontrar un instrumento desconocido que palpó lentamente con sus manos. Su forma era alargada y estrecha, y debía de medir unos pocos centímetros. Sus extremos eran curvados y, al cogerlo, se dio cuenta de su rigidez.

Fue entonces cuando descubrió de qué se trataba, dejándolo caer y arrastrándose hacia atrás para alejarse, pero sus manos dieron con más a su espalda, provocando que se levantase asustado.

 

En ese instante, una tenue luz blanca iluminó la escena a través de una pequeña rendija en la parte de arriba de una de las paredes, permitiéndole ver una sala llena de huesos de cadáveres humanos amontonados a su alrededor. Cráneos, húmeros, pelvis... todos tipo de huesos pertenecientes a personas cuya edad le pareció indescifrable, dado el estado de su mente.

 

Un ruido le hizo estremecerse. Venía desde arriba y sonaba como un insecto moviéndose. De esta manera, volvió a aparecer ante él el ser que había visto en la sala anterior, sólo que esa vez pudo ver su rostro, una cara con el mismo aspecto que sus manos, las cuencas de sus ojos vacías y su boca cosida.

 

Esta vez se quedó paralizado, su cuerpo había dejado de responderle, permitiendo que el monstruo se le acercase y se pusiese en pie, demostrando ser más alto de lo que había imaginado.

-Tu deseo... –comenzó a decir con voz grave- Yo cumpliré tu deseo...

-¿Qué... eres...? –susurró el chico, incapaz de elevar más su tono.

-Yo... soy... tú...

 

Tras esto, el ser le cogió del pelo y situó los dedos sobre su frente. Éstos atravesaron poco a poco su piel como afiladas garras, provocándole un terrible dolor.

-¡AAAAAH! ¡AAAAAAAAH! –gritó Roger, intentando apartar su mano pero siendo incapaz de superar la fuerza sobrehumana de aquel monstruo.

 

Su sufrimiento no hizo más que acentuarse cuando empezó a despellejarlo vivo, haciendo tracción hacia abajo, sacando párpados, nariz, labios... mientras los gritos de agonía retumbaban en la sala. La sangre salpicaba al ser. No tardaría en morir por el dolor. Pero a su agresor no le importaba, continuando con su cuello y pecho mientras su boca era descosida y abierta, tomando dimensiones inimaginables, acercándose a él para devorar su carne con sus dientes grandes y puntiagudos.

 

Entonces, despertó en su cama, la cual estaba llena de sudor, los ojos muy abiertos y una extraña sensación en su trasero que no hizo más que avergonzarle, debido a su mal olor. Y pese a ello, no quería levantarse. Tenía miedo de que si cruzaba de nuevo esa puerta, volviese al mundo de los sueños en el que creía haberse metido.

 

Así pues, esperó. Esperó horas y horas despierto hasta que, con la luz del día, pareció sentirse más a salvo y con el valor suficiente como para ir al aseo y pegarse una ducha de arriba abajo.

Su expresión en el espejo era horrible. Tenía ojeras y enrojecimiento. Debía de haber estado llorando sin siquiera percatarse.

 

Se lavó también la cara y se vistió, mirando posteriormente la hora.

-Hoy tengo clase... –se dijo a si mismo, situado en mitad del pasillo y volviendo la mirada hacia la puerta de su habitación.

 

Un momento le bastó para decidirse a salir a la calle. No quería estar en el piso. No después de lo ocurrido, de esa sensación de dolor que casi lo había matado. En el baño, incluso había llegado a tocar varias veces su cara, comprobando que seguía en el mismo sitio.

“¿Qué ha sido eso? ¿Qué ha sido eso? ¿Qué ha sido eso?”, se preguntó una y otra vez mientras sus pies se desviaban del camino hacia la universidad, adentrándose en un parque cercano. No sabía bien por qué había ido a parar precisamente ahí, tan sólo necesitaba huir.

 

Mentalmente cansado, se apoyó en los barrotes de un columpio e intentó respirar hondo.

“Cálmate. Sólo ha sido una pesadilla. Una terrible pesadilla. Sólo eso...”. Por muy real que pareciese, no podía dejarse llevar por sus emociones, debía tranquilizarse.

 

De esa manera, consiguió disminuir su ansiedad y su miedo, sentándose en uno de los viejos columpios que apenas le levantaban del suelo.

-Me va a costar volver –dijo, sintiéndose estúpido.

-¿Huh? ¿Roger? -una voz casi le hace caerse al suelo, descubriendo el rostro de Mary frente a él- Tienes mala cara. ¿Qué ha pasado? –continuó, moviendo su flequillo para verle mejor.

-Nada, sólo ha sido una pesadilla.

-¿Una pesadilla?

-Una muy real.

-Si te hace sentir mejor, puedes contármela.

-Preferiría que no... quiero olvidarme de ella lo antes posible...

-¿Estás seguro?

-Sí.

-De acuerdo. No te obligaré a hacerlo pero, al menos, déjame sentarme a tu lado. Me quedo más tranquila si no te dejo solo –indicó, al tiempo que se sentaba en el columpio de al lado.

-Qué raro... –comentó el joven.

-¿A qué te refieres?

-Ayer parecías... no sé... enfadada conmigo. Y ahora...

-Ah... bueno... es que Josh me dijo algo... un poco extraño... sobre ti... pero ahora sé que todo era mentira. No sé por qué confié en él.

-¿De qué estás hablando?

-Así que estabas aquí, Mary.

Antes de que pudiese responderle, Josh apareció. Su expresión era más seria de lo que Roger recordaba, tensando el ambiente.

-Ya te dije que no quería verte, Josh. No después de lo de ayer.

-Fue un accidente, ¿vale? Ya te dije que no volverá a ocurrir.

-Lo siento, pero no soy de ese tipo de chicas que se creen lo que les dice alguien que les ha golpeado.

 

No pudo creer lo que estaba escuchando. ¿Quería decir que le había pegado? Si hasta hoy le había parecido la persona más amable del mundo. Si era así, estaba claro que le había juzgado mal...

-Vamos, ven conmigo. Te prometo que te compensaré.

-Déjala en paz, por favor –intervino Roger, levantándose del columpio y enfrentándose a él-. Y lárgate de aquí antes de que llame a la policía.

-Oye, esto no te incumbe.

-No, Josh. Sí que le incumbe. Y más después de que intentases volverme en su contra. Haz lo que te dice o no volverás a ver a nadie, mucho menos a mí –dijo mientras sacaba el móvil.

 

Entonces, Josh levantó las manos en señal de rendición y dio un par de pasos hacia atrás.

-De acuerdo, no te molestaré más. Espero que lo paséis muy bien juntos.

Tras esto, dio media vuelta y se marchó del parque.

-¿De verdad hizo lo que has dicho?

-Sí...

-Entiendo... lo siento...

-¿Lo sientes?

-Te dije que no te preocupases, que parecía buena persona. Si hubiese sabido que era de esa forma...

-¿Eres tonto? ¿Cómo ibas a saberlo? Además, también me dijiste que era conveniente conocerle mejor, así que eso he hecho. Y, cuando te pregunté, sólo buscaba consejo, habría salido con él aunque me hubieses dicho que no.

-Sí, supongo que sí...

 

Desde ese momento, ninguno de los dos volvió a tener contacto con Josh. Ni siquiera le vieron por la universidad. Asimismo, la relación entre Roger y Mary volvió a la normalidad e incluso, desde el punto de vista del chico, se hizo más fuerte. Aunque, tenía la sensación de que era una manera que tenía ella de disculparse por haber desconfiado de él. Por otro lado, pese a que le preguntó, no le reveló lo que le había dicho Josh para que dudara de él pero prefirió dejarlo estar y zanjar ese tema.

 

Pasó el tiempo y, así, se cumplió una semana desde lo ocurrido ese día. Le había costado volver a dormir tranquilo por las noches, teniendo incluso que esconder un cuchillo debajo de la almohada para sentirse más seguro, sin tener la menor idea de si serviría de algo. Pese a todo, había logrado estabilizarse, teniendo todavía algunas reminiscencias sobre ese sueño, que le hacían mirar a un lado y a otro cuando caminaba de noche por el pasillo que llevaba a su habitación, como un niño con miedo a la oscuridad.

 

Una tarde, Roger se encontraba en su piso, a punto de irse a trabajar, cuando recibió una llamada de su hermano.

-¡Roger, tienes que ir a casa de Mary! ¡Rápido!

-¡¿Qué ocurre?! –preguntó el chico, alterado al oír la voz de su hermano.

-¡No estoy seguro! ¡La he llamado porque quería preguntarle algo de la facultad, y entonces, se ha escuchado un ruido muy fuerte y a ella gritando! ¡Después, la llamada se ha cortado!

-¡Oye, Frank, si se trata de una broma, no tiene gracia!

-¡Que no es una broma, joder! ¡El ruido parecía de alguien echando la puerta abajo! ¡He llamado a la policía pero no sé cuánto tardarán!

-¡Hostia puta! ¡Vale, ya voy!

 

Dicho esto, cogió el primer objeto que vio y le pareció útil, un paraguas, y salió rápidamente por la puerta. Acto seguido, se dispuso a recorrer la distancia que le separaba de la casa de Mary, la cual se encontraba a tres calles de su piso, por lo que calculaba que llegaría en menos de cinco minutos si iba a buen ritmo.

 

Cuando llegó, observó un bloque de apartamentos de dos pisos, protegido por una valla. Ésta era difícil de saltar pero, por algún motivo, se encontraba entreabierta, y el portero no parecía estar por la zona.

-¡Qué oportuno! –exclamó el chico. Aunque aquello le convenía, pues le permitió entrar dentro y subir las escaleras que le llevarían hasta el piso.

 

Lo primero que encontró fue la puerta de entrada con la cerradura rota y abierta de par en par. El recibidor estaba ligeramente iluminado pero no había nadie a la vista. Sin darle importancia, irrumpió en su interior y recorrió el pasillo principal hasta encontrar a Josh delante de una puerta, a la que pegaba patadas.

-¡Sal de ahí! –le escuchó gritar. El chico tenía una herida en la cabeza, la cual sangraba, y sujetaba un cuchillo de cocina con una de sus manos.

 

Roger, no se lo pensó dos veces y se lanzó hacia Josh para placarle, provocando que éste soltase su arma, terminando ambos en el suelo. Entonces, aprovechando el efecto sorpresa, golpeó su mejilla con el mango el paraguas y le rompió un par de dientes, intentando continuar con otro en el mismo sitio pero siendo empujado por su pierna. De esa manera, se cambiaron las tornas, situándose Josh encima de él y apretando su garganta con las dos manos.

 

El chico intentó librarse, pero las manos de su agresor eran más largas que las suyas, lo que le dificultaba el hacer fuerza con sus brazos, por no hablar de que estaba empezando a perder el conocimiento.

-¡Todo esto es por tu culpa! ¡Si tú no existieses, ella ahora estaría conmigo! –gritó Josh, con una expresión de locura e ira en su rostro, propia de un asesino de película.

 

Cuando pensaba que no lograría salvarse, Mary apareció con el cuchillo que se había caído, clavándoselo a Josh en la espalda una, dos e incluso tres veces; y una cuarta en el cuello.

 

Los gritos de dolor del chico resonaron en sus oídos hasta que la última puñalada lo silenció, acabando como peso muerto sobre el cuerpo de Roger, quien tosió una vez su garganta quedó liberada.

 

Una vez pudo quitarse de encima el cuerpo, se dirigió hacia Mary, que yacía de rodillas con las manos sobre sus ojos, llorando y temblando. Se le ocurrió preguntarle si estaba bien pero saltaba a la vista que era una pregunta estúpida, así que decidió abrazarla con la esperanza de tranquilizarla aunque, dado el temblor se sus propias manos, casi sería mejor que primero se tranquilizase él.

-Ya ha pasado todo. No te preocupes. Ya ha pasado todo.

 

Así se mantuvieron durante  unos segundos hasta, finalmente, separarse.

-G-gracias... –dijo ella, todavía con voz temblorosa-. Conseguí golpearle... y escapar hacia mi dormitorio... pero, si no hubieses aparecido... no sé... no sé lo que habría pasado...

-En cuanto Frank me llamó, no me lo pensé. Simplemente vine. Si te hubiese pasado algo... no me lo habría perdonado...

-Siempre e-estás... cuando t-te necesito, ¿eh?

-Al igual que tú. Eres la persona más importante para mí...

Los dos se miraron. De repente, delante de ellos no había un amigo ni una amiga, sino algo más. Alguien por quien serían capaces de dar su vida.

Con este pensamiento, acercaron sus labios y se besaron. No era la primera vez pero se sentía como si lo fuese, como si estuviesen haciéndolo con una persona diferente a como era antes. Los ojos cerrados, dejando pasar el tiempo.

 

-Me alegra ver que disfrutas de haber cumplido tu deseo –dijo una voz grave en la mente de Roger, obligándole a abrir los ojos y darse cuenta de una realidad de la que preferiría haberse mantenido al margen.

 

A quien estaba besando no era Mary. Bueno, si lo era, pero no con el aspecto que debiera tener en condiciones normales, pues su rostro, al igual que casi toda la parte de delante de su cuerpo, estaba despellejado, exponiéndose sus vísceras, músculos y hasta huesos. El chico no se movió, manteniendo cogida la cabeza exenta de párpados, nariz, labios y otras facciones, del cadáver que ahora era su amiga. El shock era tal, que su mente no podía procesarlo.

 

Una extraña sensación recorrió su cuerpo, descendiendo gotas de sangre por su frente y sintiendo un ligero peso extra. Y es que, pese a que no se había dado cuenta de ello, y tampoco se encontraba en condiciones para comprobarlo, llevaba encima la piel que le había sido arrancada a Mary, como si de una especie de capa se tratase.

 

El cuerpo de Josh también estaba allí, pero en lugar de haber recibido las puñaladas por parte del cuchillo de cocina de Mary, éstas procedían del que Roger había mantenido bajo su almohada por las noches. Aunque él no lo supo hasta que a su mente vinieron las imágenes de los atroces actos que había cometido, asesinando a Josh y cortando la piel de Mary mientras estaba viva e inmovilizada.

-Habrían hecho una buena pareja pero tú querías estar con ella. Tu amor era mucho más fuerte. Al final lo has conseguido, siempre estará pegada a ti...

-¡Policía! ¡Ponga ahora mismo las manos en alto y deje lo que esté haciendo! –dijo un oficial, desde la esquina que conectaba un pasillo con otro.

-Dios santo... –comentó otro al ver aquella escena.

 

“El amor es bello y a la vez cruel”. Era una frase que había escuchado muchas veces en boca de otras personas...

3: Investigation I
Investigation I

-¿Qué tenemos?

-El sospechoso es un varón blanco de estatura y peso medios. Su nombre es Roger Smith, estudiante universitario de unos veinte años de edad. Según datos aportados por sus familiares, vivía en un piso de alquiler, el cual pagaba gracias a su trabajo en un supermercado. Dos policías le encontraron en casa de una amiga suya, tanto ella como la supuesta pareja, asesinados. El chico, de nombre Josh Brown, había recibido veinte puñaladas, siete de ellas repartidas entre corazón y pulmones. En cuanto a la chica, de nombre Mary Maxwell, fue hallada con la parte delantera de su cuerpo casi totalmente despellejada. Su piel, sobre el presunto asesino. Se deduce que el acto se cometió cuando ella aun estaba viva y que puede tratarse de un crimen pasional, llevado por los celos.

-¿Un joven que desgarra la piel de una persona de esta manera con sólo un cuchillo de cocina? –preguntó el inspector mientras repasaba la documentación entregada por su compañera, incluidas fotos de las autopsias de los cadáveres.

-Es como en el caso de la estudiante que asesinó a sus compañeros con una motosierra. No se encuentra explicación a cómo pudo manejar un arma así, de dónde la sacó, o cómo es que nadie pudo escapar pese a que ni puertas ni ventanas estaban bloqueadas.

 

El inspector Harris desvió la mirada hacia el sospechoso, que se encontraba detrás de una ventana de cristal, en el interior de una habitación vacía, a excepción de una mesa y un par de sillas, una de ellas ocupada por el chico. Sus ojos estaban faltos de expresividad, vacíos, como si su mente estuviese en otra parte. Por lo que le habían contado, no había hablado con nadie desde lo sucedido, ni siquiera con su familia o su abogado. Si continuaba en ese estado, probablemente sería visto por un psiquiatra para determinar alguna afección que pudiese presentarse a juicio. Mientras tanto, le habían llamado a él, un policía con casi treinta años de experiencia a sus espaldas, más de cincuenta de edad, pelo y barba canosos y vestido con un traje y corbata grises; para que intentase sonsacarle algún tipo de información.

 

Tras exhalar un profundo suspiro, dejó los documentos sobre uno de los escritorios de las oficinas adyacentes y se internó en la cámara, bajo la vigilancia de sus compañeros.

 

El chico no reaccionó a su presencia. Se limitó a quedarse en la misma posición mientras Harris se sentaba frente a él. Poco después, un oficial apareció con un par de vasos de agua, saludó con un gesto de cabeza al inspector, quien le agradeció la bebida, y se marchó para dejarles solos.

 

Tranquilamente, Harris bebió un sorbo del líquido transparente y se dispuso a hablar.

-Me han dicho que llevas así desde que te trajeron. ¿Y sabes qué? A mí no me parece que estés fingiendo –dijo, cruzando los brazos encima de la mesa-. Lo sé porque yo una vez también tuve esa mirada. La mirada de alguien en shock, por haber perdido a alguien muy importante. Dime, tú no lo hiciste, ¿verdad?

Esperó unos segundos para ver si obtenía alguna reacción del chico, sin embargo, éste siguió sin moverse.

 

Justo cuando se disponía a probar otra estrategia, le oyó susurrar algo.

-¿Qué has dicho? –preguntó, a la vez que se levantaba de la mesa y se acercaba a él. Sus palabras apenas eran audibles, pero las repetía una y otra vez.

-Fue ella... el monstruo... fue ella... el monstruo...

Los párpados de Harris se abrieron de la sorpresa.

-¡¿El monstruo?! ¡¿Qué sabes de ella?! –se alteró, de repente, agarrando al chico del hombro. Éste continuó susurrando lo mismo, incansablemente- ¡Contesta! –exclamó mientras lo zarandeaba.

-¡Inspector Harris! –la voz de su compañera se escuchó a través del interfono que había fuera de la cámara, lo que hizo que el hombre entrase en razón y se apartase del sospechoso- ¡¿Qué ocurre?!

-No es nada... lo siento... –dijo, echándole un último vistazo a Roger antes de marcharse de allí.

 

-¡¿Qué ha pasado ahí dentro?!

-Lo que ha dicho, Chris. Lo que ha dicho ese chico...

-¿Qué ha dicho?

-Es lo mismo que dijo mi hijo hace diez años... antes de suicidarse...

La mujer frunció el ceño.

-¿Hablas de lo que ocurrió antes de que se resolviese el caso de “La Secta Kral”?

-Sí...

-¿Todavía piensas que esa secta tuvo algo que ver con su suicidio?

-...no lo creo. Lo sé. Y después de tres años, por fin se me vuelve a dar una señal.

 

El caso de “La Secta Kral”. Una investigación que se llevó a cabo a partir de la desaparición de numerosas jóvenes de entre diez y veinte años. Se descubrió posteriormente que fueron llevadas a un templo en las afueras, donde fueron asesinados tras coserles la boca. Los cadáveres fueron encontrados en el sótano de dicho templo, amontonados unos sobre otros. Los autores de tales hechos, cinco hombres, fueron detenidos, sin embargo, se suicidaron días después. Incluso se investigaron posibles personas relacionadas, no obstante, todas ellas desaparecieron o se hallaron muertas.

 

Las únicas pistas encontradas fueron gracias a la historia del templo. Un lugar utilizado para rituales satánicos durante el siglo XIX, dedicados a un demonio llamado Kral, quien, se decía, aparecía cuando se cometían actos atroces contra otros seres vivos, alimentándose de sus sentimientos negativos. Al parecer, hubo un incendio por entonces y, posteriormente, fue restaurado para transformarlo en un templo dedicado a la práctica de una religión distinta.

 

¿Qué fue lo que originó el incendio? ¿Qué rituales habían tenido lugar antes de que ocurriese? Esas eran preguntas para las que Harris llevaba nueve años intentando encontrar respuesta.

 

Tras un año de ausencia en el trabajo y un divorcio con su mujer, el inspector, quien había sido líder en la investigación del caso, seguía persiguiendo el motivo que llevó a su hijo al suicidio, poco después de que éste le dijese la ubicación de los sectarios. Bryan Harris, que así se llamaba el joven, había sido acosado por fuertes alucinaciones y sueños en los que siempre veía lo mismo: un monstruo de apariencia femenina que le perseguía y asesinaba.

 

Durante esos nueve años, lo único conseguido algo relacionado con Kral: el nombre de Janeth Johnson, su rostro y un año. Todo ello obtenido a partir de una página web de leyendas urbanas, la cual había sido cerrada dos años atrás, por causas desconocidas. No se sabía nada sobre la historia de esa chica, sin embargo, el año era el mismo en el que se produjo el incendio.

 

Ahora que había aparecido alguien en el mismo estado que Bryan, puede que llegase a obtener la información necesaria para saber más sobre lo que le ocurrió. No sólo eso, sino también, conocer por qué, tras diez años, se había dado un hecho parecido.

 

-Tengo que volver a interrogarle, Chris –dijo el inspector.

-Por hoy se acabó –respondió su ayudante, una mujer morena, de ojos verdes y anteojos de monturas ligeramente doradas, que vestía una camisa blanca y vaqueros azul oscuro-. Yo también estuve en el caso, Harris. Sé a lo que te llevó. Y viendo que todavía buscas pistas. Lo mejor será que te relajes un poco y continuemos mañana.

-¡¿Estás loca?! ¡Si perdemos el tiempo, llamarán a un psiquiatra! ¡Y una vez lo hagan, ya no podremos interrogarle!

-Tranquilo. Sólo tenemos que informar de que hemos obtenido progresos tras tu intervención. No es mentira, al fin y al cabo. De esa forma, nos darán unos poco días más.

-...

-Confía en mí. Tendremos tiempo para que puedas hablar con el chico, pero, primero, necesito que te relajes.

El inspector la miró a los ojos mientras ella mantenía una expresión firme y decidida. Acto seguido, los cerró y suspiró profundamente.

-Tienes razón. Me he dejado llevar. Es sólo que... recuerdo lo que le ocurrió a Bryan y... me da miedo que llegue a hacer lo mismo.

-Lo sé. Será mejor que lo mantengamos bajo vigilancia continua. Por hoy, vete a casa. Yo me encargo de todo.

-Gracias.

-Me debes una –sonrió ella, a lo que el hombre asintió antes de marcharse.

 

De vuelta en su casa, Harris observó las habitaciones vacías. Anteriormente, había sido hogar de una familia de tres personas, no obstante, hoy sólo quedaba una.

 

Días después del suicidio de Bryan, se hizo a la idea que su matrimonio estaba condenado. Ni él ni su mujer eran los mismos, y nunca volverían a serlo. Al final, ella no aguantó más, decidió marcharse de aquella casa y separarse de la familia que tanto le recordaba a su hijo. Fue unos meses después cuando dicha separación terminó en divorcio. No hubo problemas. No hubo disputas. Sólo silencio y tristeza.

 

Durante ese año de calamidades, estuvo yendo a un psicólogo. No podía olvidar lo sucedido, y prefería recurrir cuanto antes a un profesional, de lo contrario, terminaría dándose a la bebida.

 

Las sesiones consiguieron apartarle del alcohol, pero no era suficiente, ya que no le permitían escapar de los recuerdos. Se encontraba en el límite.

 

Fue entonces cuando encontró una forma de mantenerse cuerdo: aceptar aquella locura e investigar el trasfondo que la desencadenó. Para ello, volvió al trabajo, fingiendo que se había recuperado por completo y sirviéndose así de su posición para obtener la mayor información posible. La única que sabía algo por entonces era Chris, no obstante, por su reciente reacción, diría que creía que había desechado su idea.

 

Por desgracia, hasta ese día, los resultados habían sido escasos. Había momentos en los que había pensado en rendirse, pero, si lo hacía, significaría la muerte para lo poco que quedaba de su yo racional.

 

Con eso en mente, se dirigió a su habitación, dispuesto a echarse en la cama y descansar un poco. Intentaba no recurrir a somníferos para poder dormir, pero a veces las pesadillas duraban semanas, despertándolo en mitad de la noche. Y, pese a que ya se había acostumbrado, necesitaba conciliar el sueño para seguir trabajando.

 

Antes de cerrar los ojos, cogió una foto familiar, enmarcada y situada sobre una vieja mesita de noche de madera, al lado de la cama. En dicha foto, aparecían los tres, sonriendo. Uno de los pocos recuerdos que le quedaban de una época mejor. Sólo esperaba, que el joven Roger le ayudase a acercarse un poco más a su objetivo. No se rendiría.

 

A la mañana siguiente, el inspector se encontraba de nuevo frente al chico. Al parecer, desde ayer, no había dejado de repetir lo que le dijo.

-¿Conseguía dormir antes? –preguntó Harris.

-Había que drogarle para ello –respondió Chris, quien esta vez había decidido sentarse junto a él en la cámara de interrogatorios-. Ahora parece que ni siquiera eso sirve. Espero que no siga así, de lo contrario, no durará mucho...

-Según los que le han estado vigilando, por lo menos podemos decir que no tiene tendencias suicidas.

-Eso si no consideramos no dormir como una tendencia suicida.

-No seas agorera, Chris.

-Sólo quería dejarlo claro. En cualquier caso, ¿cómo pretendes sonsacarle información?

-Está claro que si sigo el procedimiento habitual, no lo lograré, así que habrá que recurrir a medidas un poco menos éticas.

-No irás a pegarle...

-¡No! ¡¿Por quien me tomas?!

-Te he visto hacerlo otras veces, Harris.

-Esos era diferente. Los sospechosos eran unos gilipollas. Además, no era pegar, sólo un escarmiento. De lo contrario ya me hubiesen quitado la placa.

-Ya, como que no he tenido que cubrirte las espaldas en más de una ocasión.

-De acuerdo, de acuerdo. En cualquier caso, no voy a pegarle.

-¿Entonces? –los ojos de la mujer, tras las lentes, brillaban por la curiosidad.

-Voy a intentar profundizar en el trauma que le produjo el shock. Esta mañana he conseguido documentación sobre la joven asesinada, Mary Maxwell. Creo que si muevo un poco los hilos, podré hacerle revivir la escena del asesinato.

-¡Joder, Harris! ¡En parte, prefería tus escarmientos! ¡Dependiendo de su reacción, podríamos meternos en problemas!

-Lo sé. A mí tampoco me hace especial gracia pero... no se me ocurre otra cosa aparte de lo que ya se ha probado...

 

Chris se quitó las gafas y se llevó una mano a la cabeza, suspirando. Acto seguido, se las volvió a poner y miró a su compañero.

-Ahora mismo sólo estamos tú y yo vigilándole, pero tenemos poco tiempo. Pensaré una buena excusa en caso de que la situación se ponga violenta y llamemos la atención. Date prisa.

-De acuerdo –contestó el hombre mientras ella salía de la sala.

 

Una vez se hubo quedado a solas con Roger, el inspector comenzó con su actuación.

-Tenías mucha confianza con esa chica, Mary Maxwell. La querías, ¿verdad? Incluso ibais a la misma facultad. Es una verdadera pena... –entonces, su expresión se volvió maliciosa y sonriente-. Dime, ¿qué sentiste al ver su cuerpo despellejado? ¿Pensaste que al quedarte con su piel podrías tenerla a ella? ¿Sentir su tacto? Ella no te veía de la misma forma, por eso vuestra relación no avanzaba, por eso buscó afecto en otra persona.

-Fue ella... el monstruo... fue ella... el monstruo... –repitió Roger, aunque, esta vez, elevando el tono.

-Pero ese monstruo no estaba allí. ¿Acaso no fuiste tú quien creó un monstruo en su cabeza como excusa?

-No... fue ella... el monstruo... fue ella... el monstruo...

-¡Mary ya no volverá a ti, Roger! ¡Jamás volverá a amarte! ¡No al monstruo en el que te has convertido y, por supuesto, no mientras sólo sea puto cadáver!

-¡Fue ella! ¡Fue el monstruo! –gritó el chico, levantándose de repente, y lanzándose contra la pared de la sala. Sus manos y pies estaban atados, por lo que perdió el equilibrio y cayó al suelo- ¡Ella vino a mí en el templo! ¡Me dijo que había cumplido mi deseo, pero mintió!

Harris se acercó a él y lo levantó, pues el chico estaba intentando golpearse la cabeza pese a sus dificultades para moverse.

-¡¿De qué templo estás hablando, Roger?! –exclamó, cogiéndolo por los hombros.

-¡Demonio! ¡Demonio! ¡Él le maltrataba! ¡Yo la salvé! ¡El templo! ¡Me engañó! ¡Me engañó!

Sus movimientos se volvieron más impredecibles y su fuerza se incrementó, rompiendo sus ataduras. Harris tuvo que abrazarlo, forcejeando con él para que no hiciese una locura.

-¡Chris!

Cada vez le estaba costando más retenerlo. Para colmo de males, estaba empezando a echar espuma por la boca y sus pupilas miraban hacia arriba. Había perdido la cabeza por completo.

-¡Chris, joder!

-¡Templo de KoRrAL! ¡Me engañó! ¡Fuego en los templos! ¡Mary! ¡Quiéreme! ¡Mary!

En ese momento, entró Chris por la puerta con una pistola y disparó al joven. Un dardo tranquilizante penetró en su cuerpo, sin embargo, éste apenas dio resultado, obligando a la mujer a disparar un par más.

 

Finalmente, su fuerza disminuyó y, poco a poco, fue quedándose dormido. Entonces, el inspector relajó los músculos de sus brazos y respiró hondo, dejándolo sentado sobre su silla, con cuidado.

-Quiéreme... mamá... –dijo Roger, antes de perder la consciencia por completo.

-¿Mamá? –se extrañó Harris, quien levantó la vista hacia Chris mientras ésta se guardaba el arma.

-Ya sabía yo que no era buena idea...

 

Pese a que ellos dos habían sido los únicos vigilándolo, lo ocurrido dentro de la sala había quedado grabado, y dado que el gasto de munición tranquilizante y el estado del chico habían llamado la atención, no se tardó en descubrir a los culpables. Por suerte, Roger estaba bien, por lo que los sucesos no se habían considerado graves. No obstante, por un procedimiento inadecuado a la hora de interrogar al sospechoso, ambos fueron suspendidos de empleo y sueldo durante un tiempo. En el caso de Harris, una semana, y en el caso de Chris, tres días, ya que el inspector había declarado a su favor, explicando que había sido idea suya y ella había tratado de pararle los pies. Sin embargo, había terminado siendo cómplice, por lo que también recibió castigo.

-Lo siento, Chris. Ha sido culpa mía.

-Lo sé, pero bueno, me lo tomaré como unas pequeñas vacaciones. Espero que al menos haya servido para algo.

-Sí, aunque no estoy seguro del todo, pero, tal y lo que dijo, creo que en 1853 no se incendió un sólo templo. Puede que en uno de ellos estén las respuestas que busco...

 

Por supuesto, el primer sitio donde empezó a buscar información hace nueve años, una vez de vuelta al trabajo, fue el templo en el que se produjeron los asesinatos, cerrado después de los acontecimientos. No obstante, no encontró nada más aparte de lo que ya conocía del caso. Por tanto, decidió probar suerte en otros templos de la zona, así como de ciudades circundantes o más alejadas, pero tampoco logró llegar alguna conclusión.

 

Ahora que la existencia de más templos había salido a la luz, pensaba que éstos podrían haber sido sustituidos por otros edificios tras las restauraciones posteriores a los incendios. Es más, si disponían de sótanos como en el caso del primero, cabía la posibilidad de que aún estuviesen ahí. En ese caso, para conseguir su ubicación, primero tendría que volver a visitar el templo a las afueras, que había vuelto a abrir hacía dos años, recuperando sus actividades después de que se desmintiese cualquier relación entre los asesinos de hace diez años y los religiosos que se hospedaban allí.

 

Así pues, acompañado de Chris, se presentó allí, llamando la atención de uno de los huéspedes, quien se acercó a ellos esbozando una amable sonrisa.

-¿En qué puedo ayudarles? –preguntó. Vestía una túnica dorada con una línea roja de gran grosor que descendía en diagonal desde la zona del hombro izquierdo hasta el costado derecho.

-Verá, mi mujer y yo hemos venido de viaje a esta ciudad y nos gustaría, a ser posible, hacer una visita por el templo.

 

Evidentemente, era mentira, pero ninguno de los dos había pisado ese lugar desde que reabriera, así que no había motivo para que les conociesen.

-Por supuesto. No hay ningún problema. Sin embargo, necesitaremos sus identificaciones y firmas. Es una mera formalidad. Ya sabe, por si hay problemas.

-Claro, lo entiendo. Nunca se sabe qué clase de gente vendrá.

-Gracias por su comprensión y disculpen las molestias.

 

En ese momento, Chris entregó al religioso un par de carnés falsos. Por lo general, éstos habían sido utilizados para esconder sus identidades en algunas investigaciones. Incluso disponían de otras firmas diferentes a las incluidas en sus identificaciones reales. Dado el hecho de que habían sido suspendidos temporalmente, aquello era ilegal, no obstante, mientras no llamasen la atención, todo quedaría en una mera anécdota, y los carnés falsos como un utensilio para cubrirles las espaldas.

 

-Todo en orden –dijo el huésped una vez firmados los documentos de responsabilidad-. La visita es libre, pero, por favor, no toquen nada y no entren a los lugares limitados únicamente a los que vivimos aquí.

-De acuerdo.

-Si tienen cualquier pregunta, no duden en hacérmela.

Dicho esto, los dos policías entraron.

 

Estaba igual que como lo recordaban. Había tres gruesos pilares de color rojo a cada uno de los laterales de la sala principal, la cual tenía forma ligeramente rectangular. Sobre dichos pilares, se podía observar una segunda planta, cuyos pasillos presentaban barandillas de madera a los bordes, impidiendo la caída al primer piso, cuyo suelo de piedra, supondría un viaje de no retorno en tal caso. Este suelo, a su vez, estaba escalonado hacia el centro, donde se encontraba un altar de mármol blanco en el que había un dibujo tallado. En él, aparecía una especie de forma redonda, cuya mitad izquierda parecía representar al Sol y la mitad derecha a la Luna.

-Me pregunto si el sótano habrá sido tapiado –susurró Chris, mirando el altar.

-No creo que nos dejen averiguarlo.

 

Durante un tiempo, estuvieron dando vueltas, incluyendo la planta de arriba, pero ninguno percibió algo fuera de lo normal. Así pues, Harris se acercó al religioso con el que habían hablado.

-Disculpe, hay algo que me gustaría saber.

-Dígame.

-He leído en la guía turística que en el siglo XIX había más templos, sin embargo éste es el único que he encontrado. ¿Sabe algo?

-Lo siento, señor. La verdad es que no sé nada sobre el tema. El único templo en esta ciudad del que tengo constancia es éste.

-Vaya, ya veo...

-Siento no haber podido ser de ayuda.

-No te preocupes. Gracias de todas formas –contestó Harris disponiéndose a marcharse.

-¡Espere, señor! Quizás haya alguien que sí pueda ayudarle. Uno de mis compañeros es estudiante de historia. Es posible que sepa algo.

-¿Y dónde podría encontrarle?

-No debería tardar mucho en llegar. ¡Ah! ¡De hecho, ahí está!

 

El inspector miró hacia donde le había indicado, encontrando, cerca de la entrada, a un joven de pelo cano y corto, estatura media, delgado y sonrisa astuta. Llevaba una chaqueta azul marino y una mochila color marrón a su espalda. Además, iba acompañado de una chica más bajita que él, con el pelo del mismo color pero, al contrario que él, largo hasta la zona del pecho. La expresión de la joven llamó la atención del hombre, quien vio en ella el súmmum de la indiferencia, como si no tuviese alma.

 

Así pues, Harris y Chris se acercaron a los dos. El chico, al percatarse de su presencia, se giró hacia ellos, mostrándose afable y respetuoso.

-Muy buenas, ¿están de visita?

-Sí, hemos venido de viaje a esta ciudad, y uno de los lugares que más nos ha llamado la atención ha sido este templo. Le estaba comentando a tu compañero que había leído de la existencia de más como éste durante el siglo XIX, pero me ha respondido que no tiene constancia de ello y que te preguntase a ti, ya que eres más entendido en la historia de por aquí.

-Y así es. Estudio historia en la universidad gracias a una beca, y uno de los aspectos que más me gusta es la historia local y la cultura popular. No obstante, aún me queda mucho por aprender, por lo que quizás no pueda darle toda la información que busca.

-De hecho, mi mayor interés es conocer la ubicación en la que se encontraban, si es que en verdad había más.

-En ese caso, siento decepcionarle. Existían más templos, pero desconozco dónde estaban.

-Vaya por dios. Es una pena. En ese caso, cualquier información que puedas darme sobre ellos estaría bien. Siento curiosidad por su historia.

-De acuerdo. Por lo que sé, todos ellos fueron construidos en honor al demonio Kral, sin embargo, en cuanto los creyentes de otras religiones se dieron cuenta de las atrocidades que se cometían dentro, decidieron quemarlos... bueno, aunque hubo uno que fue quemado por alguien perteneciente a la propia secta...

-¿A qué atrocidades te refieres? –preguntó Harris, cuyo tono se estaba acercando más al de un interrogador que a la curiosidad de un turista, algo que Chris le hizo notar, dándole un codazo en la espalda.

-Sacrificios. De todas las maneras posibles: descuartizamientos, apuñalamientos, lo que se les ocurriese con tal de coleccionar sentimientos negativos que alimentasen al demonio que adoraban.

-Una historia terrorífica. Me pregunto por qué lo harían... –intentando volver a su papel de turista, el inspector tomó una vía más indirecta para conseguir información. No se percató de la leve sonrisa del chico al escucharle.

-Puedo asegurarle que no lo hacían por veneración... o, al menos, no sólo por ello. Al parecer, su objetivo era el de traer al demonio a este mundo y condenar a la humanidad.

-Y yo que creía que esta historia no se podía volver más siniestra –añadió Chris.

-La mente humana es de lo más sorprendente. Sólo las personas serían capaces de buscar el fin del mundo –contestó el joven.

-Pues sí que sabes bastante sobre el tema. ¿Dónde has encontrando tanta información? ¿En la biblioteca?

-¡Jajaja! –rió el chico-. No. Por desgracia, allí apenas existen datos sobre los templos. Tengo mis contactos. En concreto, hay una persona que sabe más que yo. De hecho, es posible que él sí pueda decirles dónde se ubicaban los templos.

-¡Oh! ¡Eso es genial! ¡¿Podría hablar con él?!

-Le daré su dirección. He de advertirle que es alguien un tanto... peculiar, pero no se preocupe, si dice que va de mi parte no habrá problemas.

-Ya...

-Por cierto, no nos hemos presentado todavía –dijo de repente el chico.

-¡Es verdad! ¡¿Dónde están mis modales?! Mi nombre es Sun, Sun Shepherd, y ella es mi esposa, Emma Stonecage -mintió Harris.

-Encantada –le siguió el juego Chris.

-Lo mismo digo. Yo soy Adam, y ella es mi hermana. Su nombre es Leenah...

4: Investigation II
Investigation II

-Aquí es –indicó Chris, mirando la hoja donde el joven Adam había escrito la dirección. El sitio parecía un edificio residencial de seis plantas, un poco desgastado, probablemente ideado para personas con bajos recursos económicos. De hecho, ambos ya habían estado allí por ciertos rumores sobre trapicheos con drogas.

 

La mujer desvió la mirada hacia su compañero, quien se encontraba pensativo. Con la mirada en la acera y su mano derecha sobre la barbilla.

-¿Sigues dándole vueltas a lo de esa chica? Leenah se suicidó después de matar a su familia y compañeros de clase. El hecho de que se llame igual que ella es mera coincidencia.

-Lo sé, pero, no sé, tuve una extraña sensación, ¿sabes? Como si ya la hubiese visto antes...

-No le des más vueltas y sigamos a lo nuestro.

-Sí, será lo mejor –asintiendo, el inspector reemprendió su camino, seguido de cerca por Chris.

 

El piso que buscaban era el nº 3 de la quinta planta. No había ascensor, por lo que tuvieron que subir por las escaleras.

-Que todavía existan edificios sin ascensor... ¿es que quieren matar a sus visitantes? –se quejó Harris.

-La gente que vive aquí no tiene mucho dinero. Supongo que prefieren ejercitar un poco las piernas en lugar de pagar más por un ascensor. Además, no creo que esto te venga mal. Últimamente estás engordando.

-¡Oh, venga! ¡¿Hablas en serio?!

-Desayunar bollería industrial no es lo más indicado para mantener la línea.

-¡No como tanta!

­-Díselo a tu barriga.

-¡Calla!

 

Finalmente, llegaron hasta el piso que buscaban. Frente a ellos, se encontraba una puerta de madera maciza con múltiples ralladuras y, justo encima, una placa de hierro oxidado que formaba el número tres.

 

Harris pegó la oreja a la entrada, acostumbrado como estaba a entrar en pisos cuyos inquilinos no le recibían agradablemente. Tras asegurarse de no escuchar nada extraño, dio un par de golpes con los nudillos.

 

Pasó como medio minuto sin que hubiese respuesta alguna.

-¿Crees que habrá salido? –preguntó su compañera, a lo que el hombre respondió golpeando la puerta de nuevo, esta vez, un poco más fuerte.

 

Posteriormente, se oyeron pasos rápidos acercándose, seguidos de un tenue chirrido metálico correspondiente al mecanismo de la mirilla. Pocos segundos después, alguien abrió, dejando una rendija de varios centímetros, debido a que el pestillo estaba echado.

-¿Qu-quien... es? –preguntó tímidamente una voz pausada y de tono bajo.

-Venimos de parte de Adam. Estamos interesados en saber más sobre los templos que había en esta ciudad durante el siglo XIX. Aquellos relacionados con la adoración a Kral. Él nos dijo que tú nos darías más información sobre dónde se ubicaban.

 

La persona al otro lado se mantuvo en silencio durante un rato. Luego cerró la puerta, quitó el pestillo y les abrió. Se trataba de un hombre de unos treinta o treinta y pocos, barba de varios días, pelo cano y hasta el cuello, desordenado, con expresión triste y poco cuidado en su higiene personal. Además, vestía una especie de bata de laboratorio y unas zapatillas de andar por casa. Sin embargo, eso no fue lo que sorprendió a Harris.

-¿Bryan? –dijo, de repente, provocando que su compañera frunciese el ceño, como si acabase de escuchar la mayor tontería de su vida-. ¿Cómo es posible? Tú... moriste...

-No... no sé... de lo que... me habla –se asustó el hombre, dando un paso hacia atrás que le hizo tropezarse y caer al suelo.

-Harris, ¿qué estás diciendo? –preguntó Chris, poniendo una mano sobre el hombro del inspector.

-Él... él es Bryan. Es mi hijo.

--¿De qué estás hablando? –Chris observó el rostro del susodicho, quien había gateado hasta refugiarse detrás de una mesa- Harris, mírale bien, él no es Bryan. Ni siquiera se le parece.

-No... es él. ¡Sé que es él! ¡¿Cómo es posible?! ¡Dime, ¿cómo es que sigues vivo?! –al mismo tiempo que le interrogaba, se acercó rápidamente a él, a lo que el hombre respondió emitiendo un grito de desesperación y desplazándose de nuevo, esta vez detrás de un sofá.

-¡Harris! ¡Cálmate! ¡Le estás asustando! ¡Y si queremos información, así no la vamos a conseguir!

-¡Pero...!

-¡Harris! ¡Por favor!

El hombre se quedó en silencio.

-Te prometo que también resolveremos esto –prosiguió Chris, con voz más relajada-, pero, por ahora, centrémonos en encontrar la ubicación del resto de templos.

 

Tras un tiempo, Harris asintió, respirando hondo y dejando que la mujer se encargase de hablar.

-Dime, ¿cómo te llamas?

Al principio, el interrogado escondió la cabeza detrás del mueble, pero, al percatarse de que no le estaban presionando, se atrevió a ponerse en pie. Pese a ello, era incapaz de mirar a Chris a los ojos.

-M-m-me lla-llamo... Bryan... p-pero... n-n-no t-t-tengo... p-pa-padres... yo...

-Tranquilo, Bryan. Mi compañero lo ha pasado mal durante estos últimos diez años. Perdona que te haya asustado.

-N-no... p-pa-pasa... –comenzó a decir, aceptando las disculpas, pero sin ser capaz de acabar la frase.

-Verás. Como hemos dicho antes, estamos buscando la ubicación de unos templos que fueron quemados hace muchos años. En ellos se adoraba a un demonio denominado Kral. Adam nos dijo que quizás tú pudieses ayudarnos.

Cabizbajo, el hombre jugueteó con los dedos de sus manos. De repente, respondió.

-S-sí-sígue-sígueme...

Acto seguido, se encaminó, a paso ligero, hacia una puerta situada en el lado contrario de aquella por la que habían accedido al piso.

 

Los tres llegaron a un dormitorio bastante desordenado, con montones de folios dispersos por el suelo y sobre un pequeño escritorio; una estantería llena de libros, algunos de ellos medio rotos o sin cubierta; y varios bolígrafos, lápices de colores y rotuladores esparcidos sin ningún tipo de control, algunos de ellos sin capucha, dejando pequeñas manchas sobre papeles y suelo.

 

No obstante, lo que más sorprendió a los oficiales no fue aquel desastre. Sobre una de las paredes de aquella habitación, con un trazo realizado con pintura negra, se hallaba dibujada una chica. Llevaba un vestido negro y una melena del mismo color, la cual cubría su rostro. La tonalidad de sus brazos era de un extraño color verdoso y tanto éstos como sus piernas se doblaban de forma anormal.

 

Ni Harris ni Chris dijeron nada al respecto, pese a que supusieron a qué hacía referencia aquel dibujo. Por su parte, Bryan inspeccionó los montones de folios que había en el suelo hasta dar con lo que parecía un mapa de la ciudad. En él se podían observar algunas marcas y anotaciones.

 

Tras cogerlo, se dirigió hacia el escritorio y llamó la atención de sus acompañantes. Entonces, señaló cuatro círculos, todos ellos rodeando un área concreta. Dichos círculos estaban conectados por una línea que, a su vez, también se conectaba con el templo que ya conocían, dibujándose así un polígono.

-¿Qué significa esto? –preguntó Chris.

-¿No lo recuerdas? Ya lo vimos una vez, hace diez años. Es el símbolo que llevaban tatuado los sectarios a los que capturamos.

-¿Y por qué está dibujado en este mapa? –volvió a preguntar la mujer.

-C-ca-cada... área... ha-ha-hay un t-t-tem-templo...

-¿Dices que en las zonas rodeadas por los círculos hay un templo?

-C-c-cre-creo. E-estas d-d-dos s-se sa-sa-sabían... –dijo, señalando los dos círculos más alejados del único templo activo.

-A ver si lo he entendido bien... Los templos se construyeron siguiendo el símbolo de la secta, y la ubicación de cada uno de ellos se cree que corresponde a los vértices del polígono. Por desgracia, no es seguro que así sea, por lo que los círculos definen el área en la que deben de estar. Las dos áreas que nos has señalado ya se conocían anteriormente, sin embargo, las otras dos restantes son suposiciones tuyas siguiendo el trazado del símbolo. ¿Voy bien encaminado? –explicó Harris.

Bryan asintió nerviosamente. Una sonrisa se dibujó en su rostro, como si acabase de obtener un gran logro.

-Ya veo, entonces nuestro objetivo está claro. Tenemos que ir a estos dos –el inspector señaló los dos vértices indicados anteriormente por Bryan-. El que se conociese antes la zona en la que están quizás signifique que se les ha dado mayor importancia.

-No pretenderás que vayamos solos –dijo Chris.

-No nos queda más remedio. Actualmente estamos suspendidos. Además, incluso si no lo estuviésemos, tendríamos que convencer a los de arriba de nuestras sospechas. Y eso nos va a llevar tiempo, si es que, para empezar, lo conseguimos.

-Dirás tus sospechas...

-Chris. Tú misma lo estás viendo. Es mucha coincidencia que se llame como mi hijo y esté relacionado con aquello por lo que el murió. Y ese color de pelo... esa chica, Leenah, y Adam... lo tienen del mismo color. Por no hablar de lo sucedido con Roger. Están pasando demasiadas cosas extrañas y quiero llegar de una vez al fondo de todo este asunto. De lo que está ocurriendo ahora y de lo que ocurrió hace diez años. Quién sabe lo que podría pasar si no lo hacemos...

 

Su compañera le observó si saber qué decir. Ella también sospechaba que algo raro estaba pasando, pero le estaba pidiendo meterse en la boca del lobo. Introducirse en un lugar desconocido donde podía haber más de esos asesinos sectarios escondidos.

-Si no me acompañas, lo entenderé. No voy a exponerte a este peligro –dijo Harris, leyendo sus pensamientos- No obstante, yo voy a hacerlo... es lo único que me queda...

-Tengo un mal presentimiento...

-Entonces, lo mejor es que te mantengas al margen –dijo el inspector al ver su expresión-. Me llevo esto, Bryan –acto seguido, y pese al nerviosismo de su dueño, cogió el mapa y se marcho de allí.

 

Así pues, siguiendo las indicaciones en el papel, Harris se plantó frente a un edificio abandonado de unos dos pisos aproximadamente. Se encontraba ligeramente apartado de los demás, rodeados, tanto éste como el descampado a su alrededor, por una valla metálica sobre la que podía observarse un cartel que indicaba la casi inminente realización de obras.

 

Desde el punto de vista del hombre, aquello decía “sospechoso” a gritos. No obstante, era de esperar, teniendo en cuenta que, si hubiese sido en un lugar habitado, habría resultado mucho más difícil esconderlo.

 

Tras mirar la fachada del edificio de arriba abajo, saltó la valla como mejor pudo y se adentró en él por la puerta principal, algo que resultó mucho más fácil, ya que carecía de puerta.

 

Llevaba una pistola encima. En la práctica, le habían quitado la que él utilizaba como policía, sin embargo, siempre guardaba una en su casa, la cual había llevado escondida durante todo el trayecto.

 

Ya dentro, buscó algo que le pudiese guiar hacia un sótano o zona subterránea. Ni se había molestado en plantearse la idea de que pudiese haber algo relacionado con el templo en el segundo piso. Las losas que cubrían el suelo estaban medio rotas, así como los azulejos de las paredes y los cristales de las ventanas. Tampoco había rastro de muebles, al menos en la primera sala a la que entró, quizás utilizada anteriormente para recibir a los visitantes.

 

Continuando con su investigación, pistola en mano, se adentró en un pasillo situado a la izquierda. Éste giraba a la derecha hacia otro más largo donde, a uno de los laterales, podían observarse varias habitaciones, tan vacías como la primera, y una puerta en el extremo, la única que había visto en lo que llevaba de recorrido.

 

Tomándoselo como una señal, avanzó hasta ella, vigilando a cada lado y a su espalda, pendiente de cualquier peligro. Entonces, posó su mano sobre el pomo y contó hasta tres, abriendo de golpe y apuntando con su arma al frente.

 

Por desgracia, sus expectativas se vieron reducidas cuando descubrió otra sala vacía. Lo único que la diferenciaba de las demás era su menor tamaño y su forma totalmente cuadrada. Pese a que la inspeccionó detenidamente, no encontró nada destacable. Por ello, se dispuso a dar media vuelta y buscar por otro lado.

 

Fue al girarse cuando escuchó un extraño sonido procedente de una de las habitaciones que había visto antes. Con la pistola al frente, camino a rápido pero silencioso hacia la más cercana. Entonces, irrumpió en ella, encontrándosela tan vacía como la primera vez.

Al volver atrás, se dio de bruces contra un encapuchado, quien le noqueó, dando lugar a la oscuridad absoluta.

 

“¿Qué ha pasado?”, pensó Harris mientras seguía sin ver nada pese a haber recuperado la consciencia. “Estaba en aquella habitación y entonces... Maldita sea. He sido descuidado.”

-Puedes quitarle la venda –dijo una voz que ya había escuchado antes.

 

Al recuperar la vista, lo primero que se encontró fue una sala, en apariencia bastante grande, similar a la que había en la planta baja del templo de las afueras, incluido el altar de mármol blanco, sólo que en este caso no existía segundo piso.

Sus manos y sus pies estaban atados, y a pocos metros frente a él, situado a un lado del altar, se encontraba Adam, el chico que les había dado la ubicación de Bryan.

 

Éste no estaba sólo, dos encapuchados, quienes le sacaban un par de cabezas al chico, también participaban. Uno de ellos también se encontraba junto al altar, mientras que el otro se mantenía cerca del inspector, vigilando que no hiciese ningún movimiento extraño pese a sus dificultades para ello. Además, también había una chica acostada encima del mármol blanco, durmiendo plácidamente. Se trataba de Leenah.

-Bienvenido, señor Shepherd, aunque sé bien que ése no es su verdadero apellido, inspector. ¿No ha venido su secuaz con usted?

-Le he dado el día libre.

-¿En serio? Pues ha tenido suerte...

-¡¿Qué es lo que pretendes?!

-Cumplir con sus deseos, inspector.

-¡¿Sus deseos?! ¡¿Te refieres al Kral?!

-Mejor... Permítame que le ilustre.

 

En ese momento, Harris empezó a sentirse mareado, el mundo a su alrededor se volvió borroso y, cuando quiso darse cuenta, se encontraba en la misma sala, rodeado de gente encapuchada, dispuesta en varias filas y arrodillada frente al altar, junto al que se encontraban una mujer y una joven, la primera con los brazos alzados, hablándole al resto.

-¡Hoy es un gran día, hermanos! ¡Pues mi querida hija, Janeth, ha cumplido la edad necesaria para emprender “el proceso de unión”!

-¡Oh! –aclamaron todos, algunos abrazándose a sí mismos y llorando.

-¡Los preparativos están casi terminados! ¡Mañana, la boca de mi pequeña será cosida, y su cuerpo atado y encerrado en este altar hasta que su alma sea una sola con Kral, dando lugar al nacimiento del ser que traerá la destrucción a este mundo!

-¡Alabado sea! –gritaron todos.

-¡Todos los sacrificios que hemos realizado! ¡Todo por lo que hemos luchado! ¡Por fin se cumplirá! ¡Ahora, volved a casa, descansad, y bañaos en sangre! ¡Pues sólo aquellos que lo hagan podrán presenciar el proceso!

 

“Mi madre perdió a mi padre durante la guerra”. Harris escuchó una voz en su cabeza. Parecía la de una chica joven.

 

“Después de aquello, su rencor y sus ansias de venganza la llevaron a unirse a la secta. No le importaba nada ni nadie más. Ni siquiera su propia hija. Lo único que hacía era aferrarse a la idea de que el demonio se lo llevaría todo por delante.”

 

“La fe que demostró fue admirable, y llegó a ganarse el respeto de los sectarios, ascendiendo posiciones. Finalmente, llegó a ofrecerme a mí para unir mi alma con la del demonio.”

 

“Yo sabía que lo que hacíamos estaba mal, pero quería hacerla feliz.”

 

Mientras le contaba aquella historia, ante él aparecieron la mujer y su hija en una habitación, a solas.

-¡Bien hecho, hija mía! ¡Con esto, por fin se cumplirá nuestro deseo y todos pagarán por lo que le hicieron a tu padre! –exclamó a la vez que la abrazaba. Su expresión era eufórica, dejando entrever matices de locura.

-Sí, mamá... –Janeth le devolvió el abrazo, sin embargo su expresión era todo lo contrario. Como si guardara en su interior una pesada carga que estaba a punto de alcanzar su límite.

 

“Más de una vez pensé en quitarme la vida. Pero no pude hacerlo. Sentía que si lo hacía, estaría huyendo. Por desgracia, tampoco tenía el valor para detenerla.”

 

De nuevo, volvió a encontrarse rodeado de gente. Esta vez, dos personas ayudaban a la madre de Janeth a atar a su hija mediante alambres de pinchos. Uno alrededor de ambas muñecas, otro alrededor de ambos tobillos, y un tercero que giraba en torno a todo su cuerpo, siguiendo una espiral. Además, llevaba la boca cosida, mostrando una expresión de desesperación y dejando escapar lágrimas de dolor. Tanto a partir de sus labios como de sus extremidades caían gotas de sangre.

 

Entre los dos sectarios la cogieron mientras su madre destapaba el altar, dejando ver un hueco en su interior. Allí la depositaron y volvió a poner la tapa.

 

“En ese momento, sentí odio hacia ellos, hacia mi madre, por haberme hecho algo así. Sin embargo, sabía que en parte era culpa mía.”

 

-¡Hermanos! ¡Pronto se cumplirá nuestro objetivo! ¡Pronto llegará el final! ¡Dejemos que la unión se produzca!

El inspector se fijo en que había numerosas velas dispuestas por toda la sala, además de un barreño lleno de sangre situado cerca del altar.

-¡Verted la sangre! –exclamó la mujer mientras los dos ayudante dejaban caer el líquido sobre el mármol blanco, tiñéndolo de color carmesí.

 

“Me dejaron ahí sola durante días. Sin comida. Sin bebida. Mientras perdía sangre poco a poco y era expuesta a infecciones a través de mis heridas.”

 

“Durante ese tiempo, escuché una voz. Era grave y maliciosa, pero, por algún motivo, calmó mi desesperación. Fue entonces cuando lo vi, delante de mí y, a la vez, sólo en mi imaginación. Era el demonio.”

 

“Me dio las gracias. Había conseguido saciar su hambre y ahora quería cumplir con su parte del trato. Cumplir con mi deseo.”

-¿Tu deseo? –preguntó Harris, sin tener claro si ella podía escucharle a él- ¿Y cual era tu deseo?

“No lo sé. Pues una parte de mí quería hacer feliz a mi madre, pero otra quería acabar con todo.”

-Entonces, ¿tenías dos deseos?

“Así es.”

-¿Y cuál se cumplió?

“Escuché una voz fuera del altar. Pensé que era parte de mi locura, o, simplemente, sonidos del más allá, en el que creía encontrarme. No obstante, seguía viva. Aunque, quizás  no fuese la palabra adecuada.”

 

Esta vez, vio cómo un grupo de personas con antorchas en las manos avanzó por el templo de forma apresurada.

-Debemos quemar este sitio antes de que sigan cometiendo atrocidades. Dios santo, mirad, está todo lleno de sangre.

-Parece que es de hace varios días.

-No os entretengáis y esparcid el fuego de una vez.

Entonces, algo golpeó la tapa del altar, provocando que ésta saliese volando hasta romperse en pedazos contra el suelo. Esto alteró a los presentes, quienes se giraron, poniendo la antorcha por delante.

 

Acto seguido, del interior del altar aparecieron brazos cuya piel se hallaba descompuesta, seguidos por una cabeza de larga melena negra que conjuntaba con un vestido del mismo color, el cual había vestido Janeth antes de ser depositada dentro. Un grito de horror se produjo en el grupo cuando el resto del cuerpo hizo acto de presencia, pues el ente que tenían ante ellos se movía a cuatro patas, con las articulaciones dobladas de forma anormal y la cadera girada 180º con respecto al torso. Asimismo, las manos estaban vueltas hacia la cabeza y apoyaba en el suelo la parte de atrás de las rodillas.

 

Antes de que pudiesen pedir ayuda, el monstruo aceleró el paso y fue cortando sus cabezas una por una, desgarrando la musculatura de sus cuellos mientra las sangre brotaba de sus arterias como una fuente de agua.

 

En poco tiempo, ya no quedaba nadie vivo. Tan sólo ese ser, engendrado por la unión de la chica con el demonio. Al mismo tiempo, las antorchas cayeron a tierra y prendieron la madera que constituía buena parte del templo. Entre el fuego y el calor, Janeth agarró una de las antorchas.

 

“Mi cuerpo se movió solo. No quería dejar que esa gente quemase el templo al que mi madre se había aferrado. E, irónicamente, fue por mi culpa que acabase devorado por las llamas. Supongo que eso también formaba parte de mi otro deseo.”

 

Su madre entró en el templo y observó horrorizada cómo el fuego se extendía por toda la construcción. Acto seguido, sus ojos se posaron sobre su hija, pero no se mostró para nada asustada, sino más bien al contrario. Su expresión rebosaba júbilo.

-¡Alabado sea! ¡La unión se ha completado! ¡Kral está con nosotros! ¡No! ¡Ahora ése no es tu nombre, ¿verdad?! ¡Ahora eres KoRrAL! ¡El nacimiento a partir del pecado y la carne!

 

El monstruo se acercó lentamente a ella. A pocos pasos de la mujer, alargó la mano que no sostenía la antorcha y acarició sus mejillas suavemente mientras lágrimas caían desde sus ojos.

-Ahora, por favor, deja que se haga tu voluntad –continuó la mujer-. Acaba con este mundo cruel.

 

Sin embargo, contrariando sus expectativas, el ser se acercó la antorcha a sí mismo y ardió casi instantáneamente. No hubo gritos de dolor.

-¡No! ¡¿Qué estás haciendo?! –exclamó la madre, buscando algo con lo que sofocar las llamas.

Fue entonces cuando KoRrAL la acogió entre sus brazos. Un tierno abrazo a la vez que mortal, pues el fuego también envolvió a la mujer.

 

No intentó huir y, pese al sufrimiento por las quemaduras, una extraña y pacífica sonrisa se dibujó en su rostro.

 

Finalmente el templo fue consumido, al igual que, poco después, le ocurriría a los demás.

“Creo que mi deseo de acabar con toda aquella locura fue más fuerte, pero, por desgracia, no significó el fin.”

 

“Mi intención de destruir el mundo continuó en manos del demonio, quien no dudó en aprovecharse de los restos de la secta para realizarlo. Por suerte, la primera vez conseguisteis detenerle.”

-¿Detenerle? ¿Cómo?

“Para traer al demonio se necesitaron sacrificios y una persona con la que unir su alma. Para traer a la unión entre mi alma y la suya, KoRrAL, se requiere un proceso similar, sólo que la persona que contenga a dicha entidad debe ser alguien que haya muerto con la mayor cantidad de sentimientos negativos posibles dentro de su mente. Es decir, alguien que se haya suicidado. Una vez haya ocurrido esto, dicha persona volverá a la vida para ser el último sacrificio ofrecido en uno de los altares del templo.”

-Eso significa que mi hijo...

“Él iba a ser utilizado como último sacrificio, sin embargo, detuvisteis el proceso antes de que se hiciesen los suficientes. Ahora, se ha completado. Tan sólo queda matar a Leenah encima del altar.”

-¿Por qué me cuentas todo esto? ¿No se supone que formas parte de él?

“No quiero que cumpla ese deseo. Tengo parte de culpa en su nacimiento, y quiero enmendar mi error. Por desgracia, ahora mismo es él quien domina. Necesito más tiempo para cambiar las tornas y hacer que desaparezcamos por completo. No debes dejar que la secta consiga su objetivo...”

La voz de la joven fue atenuándose cada vez más hasta que desapareció por completo, dejando al hombre un poco desconcertado. Sin embargo, no tardó en saber a qué se debía, ya que, tras una breve oscuridad, volvió a tener delante de él a Adam y la imagen del templo.

 

-Veo que ya has vuelto de tu viaje, ¿qué te ha parecido? –preguntó el joven de pelo cano con una sonrisa de superioridad.

-Bastante... revelador... –contestó el inspector, todavía un poco mareado por la experiencia-. Pero, ¿cómo...?

-¿...he hecho eso? –Adam se metió la mano en el bolsillo y sacó un pequeño frasco de plástico. Dentro había un líquido transparente- Es un tipo de droga. Tarda un poco en hacer efecto pero causa un estado de trance a aquellos a los que se les inyecta. Ella me dijo que quería hablar contigo, así que te lo administramos antes de que despertases.

-¿Ella te lo dijo?

-Tengo la “habilidad” de hablar con KoRrAL. Es lo que me ha permitido ascender a lo más alto en los restos de la secta. Gracias a ello he comprendido su gracia y su poder, siguiendo sus órdenes como su humilde siervo, sin hacer preguntas. Y ahora, me dispongo a realizar su última tarea –dijo mientras el sectario que tenía más cerca le entregaba un puñal-. Mataré a Leenah y haré lo que mis antecesores no pudieron.

-¡No! –exclamó Harris mientras el joven agarraba con ambas manos la empuñadura y se disponía a hundirla en el pecho de la chica.

-¡Alto! –gritó otra voz situada detrás de él. Se trataba de Chris, quien apuntaba con una pistola a la espalda de Adam, haciendo que girase la cabeza lentamente.

-¡¿Chris?! –preguntó el inspector, sorprendido-. ¡¿Qué haces aquí?!

-¡¿Tú qué crees?! ¡Salvarte el culo, imbécil!

-¡Pero, ¿cómo has encontrado este sitio?!

-Le pedí a Bryan que me llevase hasta aquí. Te sorprendería lo participativo que puede ser si lo tratas amablemente.

-Tsk, ese imbécil –murmuró Adam-. No pensé que tuviese el valor de salir de su “cueva”. Mucho menos para guiarla a esa mujer.

-¡Deja de cuchichear y suelta el arma!

-Jaja... Lo siento, pero ahora que estoy a un paso de conseguir mi objetivo. ¡No voy a permitir que me lo impidas! –dicho esto, hizo descender su arma, no obstante, el disparo de Chris fue más rápido y certero, penetrando en su hombro derecho, de manera que soltase el puñal y acabase en el suelo.

 

Entonces, el sectario situado al lado de Harris sacó otra pistola, aquella que había pertenecido al inspector, y apuntó a la mujer.

-¡Cuidado! –gritó el hombre, rodando por el suelo hasta chocar contra una de las piernas del sectario, logrando que este perdiese el equilibrio y cayese al suelo.

 

Mientras tanto, su compañero agarró el puñal e intentó penetrar el corazón de Leenah, recibiendo, por parte de Chris, un disparo cercano a su posición, lo que le obligó a refugiarse detrás del altar.

Al mismo tiempo, la mujer avanzó hacia el que estaba junto a Harris, propinándole una patada en la cabeza y desatando a su compañero.

-¡No sé cuántas te debo ya! –agradeció el inspector mientras corría hacia el sectario en posesión del puñal, lanzándose sobre él y logrando que éste acabase otra vez en el suelo.

 

Por su parte, el sectario de la pistola incorporó la parte superior de su cuerpo y levantó el arma hacia Chris, quien le disparó a la cabeza sin andarse con rodeos. Por desgracia, antes de eso, recibió un balazo en el vientre, dejándola incapacitada.

 

Mientras Harris forcejeaba con su adversario, Adam recogió el arma blanca y se levantó, utilizando el altar como apoyo.

-Se... acabó, inspector.

-¡Mierda!

Sacando fuerzas de donde pudo, Harris empujó a un lado al sectario y se lanzó a por Leenah apartándola en el último momento y recibiendo él una puñalada en la espalda.

-¡Agh! –gritó de dolor a la vez que Adam, preso de la ira, se disponía a apuñalarle por segunda vez.

 

Lo único que recordó haber escuchado en ese momento fue el sonido de un disparo, pues su mirada se volvió borrosa y su cuerpo empezó a debilitarse. Cuando quiso darse cuenta, quedó inconsciente.

 

Al despertar, lo primero que observó fue una habitación de paredes blancas y una cama, con sábanas del mismo color, sobre la que se hallaba acostado. Tenía una mascarilla de oxígeno puesta y estaba conectado a varias máquinas y vías.

Una enfermera, al verle, salió de la habitación. Acto seguido, Harris volvió a cerrar los ojos.

 

-Has tenido suerte –dijo su superior después de volver en sí por segunda vez-. Tanto tú como Christina habéis recibido heridas graves, pero sobreviviréis –declaró.

-¿Qué... ha... sido de... la chica? –preguntó el inspector. Le costaba bastante hablar.

-Si te refieres a Leenah, está bien. Christina llamó a la policía antes de entrar a rescatarte, mintió sobre los sucesos para hacer la situación más creíble, aunque ello os costase el puesto.

 

Harris miró por la única ventana que había en la habitación. A esas alturas, no le importaban las consecuencias. Si eso significaba haber acabado con lo que empezó hacía más de un siglo y vengar la muerte de su hijo, estaba conforme.

-Un... momento... –comenzó a decir Harris, al darse cuenta de algo-. ¿Dónde... está... ese... chico... Bryan...?

-¿Bryan? –su superior levantó levemente la cabeza, haciendo memoria-. ¡Ah, sí! De momento lo tenemos bajo arresto provisional, queremos que testifique para el caso. Lo mismo va para ti y Christina. Los dos testificaréis una vez os hayáis recuperado.

-... –no había nada más que decir. Al final, todo se había solucionado y el caso se había reabierto. Con el tiempo, investigarían los templos y buscarían a los sectarios restantes. Si es que quedaban más. Todo había salido bien.

-Ahora descanse, Harris –dijo el superior, marchándose de allí.

-Eso... haré...

Tras diez largos años, por fin podría descansar...

 

Después de la recuperación y la testificación en el caso, Nathan Harris recibió una prejubilación forzada. Era una manera de despedirle, pero manteniendo su imagen, ya que, al fin y al cabo, había contribuido en la resolución del caso.

 

Por otro lado, Christina Campbell, gracias a las declaraciones de Harris a su favor, sólo recibió una prolongación de su suspensión.

 

Leenah y Bryan, recibieron atención psiquiátrica, viviendo ambos en un centro especializado. Ambos habían estado al cuidado de la secta, por lo que vivir por sí mismos dentro de la sociedad, dado su estado, era algo que iba a requerir tiempo.

Harris iba a visitarlos todos los días, ahora que tenía tiempo. Hablaba con Bryan, intentando que le recordase. Tanto a él como a su mujer. A sus padres. Sin embargo, como le dijo Janeth, Bryan murió, o al menos, el Bryan que él conocía.

 

Tanto Adam como los sectarios, perecieron aquel día en el templo. Se realizaron investigaciones y se encontraron los templos que quedaban, encarcelando a otros sectarios refugiados en ellos. Más tarde, se realizó un informe para decidir qué hacer posteriormente con esos lugares pero, mientras se tomaba una decisión, se mantendrían bajo vigilancia y cerrados al público.

 

-Gracias por todo –dijo Harris antes de salir del centro psiquiátrico y encaminarse hacia su casa. Todavía se movía con cierta dificultad, por lo que llevaba un bastón que le ayudaba en el proceso.

 

El hombre no se había rendido con su hijo. Sabía que, probablemente, nunca le recordase, pero, aun así, quería empezar una nueva relación. Empezar desde el principio. Para él, verle vivo y mejorando poco a poco, era lo más importante. Se preguntaba si su exmujer le creería o si simplemente pensaría que estaba loco, pero quería pensar que algún día, las cosas se estabilizarían. De alguna manera, todo volvería a la normalidad.

 

Perdido en sus pensamientos, cuando quiso darse cuenta, se encontraba en mitad de una calle vacía. Era totalmente recta, sin bifurcaciones ni curvas. Los edificios, cuya fachada era de color gris oscuro, parecían abandonados, y no se observaba ningún negocio abierto. Las farolas que la iluminaban tenían la bombilla rota y la luz se encendía y apagaba con frecuencia, y pese a que todo estaba en silencio, a veces podía escucharse el susurro del viento, seguido del movimiento de papeles o bolsas de plástico.

-¿Dónde estoy? –preguntó el hombre.

 

Fue entonces cuando sintió sobre sus hombros un par de manos, agarrándole con suavidad. Al mismo tiempo, una cabeza apareció por su lado derecho, dando lugar a que girase el cuello lentamente, temblando y respirando con agitación.

 

En ese instante, la vio. A escasos centímetros de su cara. Un monstruo con la boca cosida y las cuencas de sus ojos vacías. Su piel era escasa y putrefacta, y su melena, larga y negra, caía sobre ambas mejillas.

-¿Janeth...? –logró preguntar el inspector, pese a que el horror y la sorpresa se reflejaban en su rostro.

-Esto no ha acabado... –respondió el ente, con voz grave, poco antes de que su boca se abriese ante los gritos del hombre.

 

Al día siguiente, se anunció la desaparición de Nathan Harris...