No sabíamos de qué se trataba. Solamente que siempre ocurría a la misma hora, todos los días. Y que, por alguna razón, nunca afectaba al subsuelo. Por eso mis padres solían decirnos: “Si veis que el viento empieza a soplar muy fuerte, abrid la trampilla que hay en nuestra casa y cerradla con fuerza. Allí estaréis a salvo. Nosotros iremos después”. Sin embargo, un día, no llegaron a tiempo, y fue entonces cuando no volvimos a verlos, desapareciendo con el resto de personas que tampoco lo habían logrado, hasta que hubo un momento en el que sólo quedamos mi hermano y yo. Los dos juntos en un mundo que volvía a empezar a las nueve de la noche.
-¿Estás bien, Roger? –le pregunté a mi hermano, quien se encontraba arrodillado a mi lado con aspecto pálido y cansado.
-Sí. Es sólo que llevo muchas horas sin comer.
-Ya falta poco, verás como esta noche podemos asarnos uno bien grande para la cena.
Él asintió a la vez que rodeaba mi cuello con su brazo izquierdo para que lo ayudara a levantarse.
Al contrario que yo, Roger nunca había sido una persona demasiado fuerte. Enfermizo, de complexión delgada y piel frágil, mis padres y yo siempre habíamos tenido que cuidar de él, y ahora que ellos no estaban, era el único que podía encargarse de esa tarea.
Tras atravesar un pequeño sendero que se abría paso entre montones de hierba de varios colores y formas, y árboles tan altos que apenas podía verse su copa, llegamos a un claro que se extendía formando una circunferencia irregular. En él podía observarse multitud de flores de color blanco que brillaban con la luz del cielo, haciendo que aquel lugar se convirtiese en un maravilloso reflejo del renacer del mundo. No obstante, eso no era lo que buscábamos. Nuestro objetivo eran los animales que vagaban despreocupadamente por aquel paraje y a lo cuales intentaríamos dar caza para poder alimentarnos aquella noche.
Así pues, saqué un arco atado a mi espalda que había sido heredado de mi padre, fabricado por él mismo con la madera de uno de los árboles del bosque y cáñamo. A continuación me dispuse a ajustar una de las improvisadas flechas que había hecho y situé la parte de atrás de la misma sobre la cuerda apuntando al primer animal que entró en mi punto de mira: un ciervo macho de aspecto pesado y fuerte que podría darnos alimento durante algunos días.
La posición era buena, al igual que el ángulo y, dada la quietud del mamífero, no me sería difícil acertar en el blanco. Sin embargo, cuando me disponía a disparar, una mano desvió el arco hacia un lado, fallando el objetivo por centímetros y dando lugar a que tanto ése como el resto de animales que se encontraban cerca escapasen.
-¿Por qué has hecho eso? –le pregunté a Roger, motivo por el cual había fallado.
Él se limitó a señalar a un par de pequeños cervatillos que seguían al macho mientras desaparecían entre los árboles.
-Así que no querías que lo matase delante de sus crías.
-Lo siento. No me sentía cómodo viendo algo así.
Tras echar otro vistazo al lugar por el que se habían marchado los animales, donde ya no se observaba ningún movimiento, me puse en pie.
-En fin, -dije- No le des más importancia. Recogeremos algunas frutas de camino a casa.
Tras varias horas, finalmente llegamos a lo que llamábamos casa: una trampilla de hierro en medio de la tierra.
En el pasado, sobre dicha entrada se habría podido ver una pequeña choza pero ya nos habíamos cansado de perder el tiempo que teníamos en construir algo que iba a ser devuelto a la nada.
Así pues y como cada día, abrimos la trampilla y cerramos fuertemente, entrando en un sótano con paredes de madera y asegurado con pilares y vigas del mismo material. Allí también había algunas cajas con comida almacenada que nos serviría durante un tiempo y donde decidí depositar los nuevos frutos que habíamos recolectado. Mientras tanto, aquel viento había comenzado a soplar de nuevo.
-Parece que ya viene. ¿Qué tal si cenamos? Incluso si te has comido alguno de los frutos por el camino estoy seguro de que todavía tienes hambre.
Roger asintió y se sentó sobre el suelo, haciendo yo lo mismo tras dejar una de las cajas junto a nosotros.
El ruido del viento se volvió más intenso. Miré hacia arriba, distraído, esperando a que todo terminase para volver a salir fuera. Quizás lo conveniente hubiese sido dormir un rato como estaba haciendo mi hermano en aquel momento, sin embargo, no tenía nada de sueño. Mi mente no dejaba de preguntarse que es lo que ocurriría exactamente ahí fuera para que, al día siguiente, cualquier cosa que hubiese sido hecha con anterioridad en el exterior volviese a restaurarse otra vez. Los frutos que habíamos cogido volverían a estar en el mismo sitio así como los animales a los que habíamos asustado y, en caso de que hubiésemos construido otra choza, los materiales que habríamos utilizado habrían desaparecido como si nada ni nadie los recordase.
Se pasó varias veces por mi mente la idea de viajar lejos de allí con intención de descubrir más cosas sobre aquella extraña situación y quizás llegar a alguna conclusión con respecto a lo que estaba ocurriendo, pero dada la salud de mi hermano y las pocas probabilidades de encontrar zonas subterráneas como ésta, lo veía difícil de llevar a cabo.
-Quedándonos aquí todo el tiempo tampoco conseguiremos nada... –comenté en voz baja- ¿Qué deberíamos hacer entonces?
A la mañana siguiente salimos de nuevo al exterior, no obstante, lo que nos encontramos fue muy diferente de lo que había estado sucediendo hasta ahora, ya que el escenario que se encontraba ante nosotros era un total y absoluto desierto.
-¿Qué ha pasado aquí? –pregunté incrédulo.
Mi hermano, por el contrario, no pareció sorprendido por este hecho sino que daba la impresión de que ya sabía que algo así iba a suceder en algún momento.
-¿Roger? –extrañado, intenté llamar su atención pero, sin hacerme caso, comenzó a caminar hacia la nada, pisando la arena que cubría el mundo.
-¡Roger! ¡¿Qué pasa?!
Decidido a detenerle, me situé justo delante de él y lo cogí por los hombros para evitar que diese un paso más.
-¡¿Dónde crees que vas?! –inquirí con seriedad y algo de enfado.
-Tenía un presentimiento.
-¿Un presentimiento?
-Sí. Esta noche he soñado que algo así ocurriría. Que de repente el mundo cambiaría y todo se marchitaría y se secaría, dejando las cosas en este estado.
-Aun así, ¿por qué te has puesto a caminar tan de repente?
-Porque, en mi sueño, al cabo del tiempo algo venía y nos llevaba a ambos. Entonces todo se volvía muy oscuro y no era capaz de verte ni de oírte por más que lo intentase. Como si todo hubiese desaparecido y no se restaurase nunca más.
-Incluidos nosotros...
-Sí.
Era demasiada coincidencia como para creer que lo que decía era una mentira. Entonces lo que él había intentando era visualizar a aquello que supuestamente vendría a por nosotros eliminándonos junto a este lugar.
-Será mejor que volvamos al subterráneo entonces. Allí estaremos más seguros.
-No servirá de nada.
-¿A qué te refieres?
-No hay escapatoria.
En ese momento oí un rugido detrás de mí. Tal y como se escuchaba, podría haber sido confundido con el de un león, un oso u otro animal de considerable tamaño, no obstante, lo que vi al girarme era muy diferente de todo ello.
Una masa amorfa de color negro, parecido a una nube de gas contaminante, daba la sensación de observarnos a varios metros de distancia a partir de pequeñas esferas de color rojo brillante situados en mitad de ella. Era un ser extraño pero no por ello dejaba de infundirnos miedo.
Reaccionando lo más rápido que me permitieron mis piernas. Cogí a mi hermano de la mano y corrí junto a él hasta la trampilla que llevaba a nuestro sótano, cerrándolo detrás de mí pese a lo que me había dicho Roger.
Rápidamente, cogí el arco y las flechas y apunté a la entrada del sótano, dispuesto a disparar a lo que fuese que intentase asomarse por allí.
En ese instante, el suelo del sótano comenzó a temblar, provocando que perdiese el equilibrio y cayese al suelo sobre mis dos rodillas. Abracé a Roger y poco después se produjo una explosión por la cual ambos saltamos por los aires, chocando de espaldas contra la arena.
Todavía con mi hermano en brazos, eché un vistazo a la nebulosa negra que nos perseguía, la cual se estaba acercando cada vez más a nuestra posición. Así pues, decidí ponerme en pie y comencé a disparar flechas en su dirección, tratando de hacer que retrocediese pero, pese a mis esfuerzos, éstas traspasaron su cuerpo por lo que opté por cargar con Roger a mi espalda y correr hacia el lado opuesto al que se encontraba el monstruo.
De esta forma corrí y corrí, atravesando aquellas interminables dunas de arena, con la nebulosa negra cada vez más cerca de nosotros.
-Hermano, déjame atrás...así podrás correr más rápido...
-¡¿Cómo quieres que haga algo así?! –exclamé como si estuviese loco.
-Pero, si seguimos así, nos atrapará.
-No lo hará. Hay que seguir intentándolo. No te rindas, Roger.
-Tú eres diferente a mí, hermano. Tú eres fuerte. Capaz de enfrentarte a la adversidad. Pero yo no puedo ser igual que tú. Quizás fue el destino lo que hizo que tuviese ese sueño. Para que pudiese evitar que te atrapase a ti.
-¿Roger?
De repente algo me empujó hacia delante, provocando que rodase cuesta abajo por una de las dunas.
Al girarme, me di cuenta de que él ya no estaba sobre mi espalda sino que me miraba desde arriba, donde justo detrás se encontraba el monstruo.
-Por fin podré ver a padre y madre.
-¡Deja de decir tonterías y vuelve aquí!
-Adiós, hermano. Huye de aquí.
La nebulosa lo envolvió hasta que perdí toda visibilidad sobre él para, más tarde, dirigirse hacia mí.
Fue entonces cuando, furioso, cogí el arco y disparé de nuevo al ser. Sabía que no serviría de nada pero me daba completamente igual. Lo único que deseaba en ese momento era acabar con todo y ver de nuevo a mi familia.
Cuando quise darme cuenta, yo también fui rodeado por la inmensa oscuridad hasta que, finalmente, todo se tiñó de negro.
Al despertarme, me encontré sobre la cama de una habitación. Sin embargo, esta era muy diferente a cualquiera en la que había estado hasta entonces. Los utensilios y muebles que me rodeaban era mucho más modernos y el material que cubría techo y paredes tenía diferente aspecto de la madera a la que estaba acostumbrado. A mi lado descansaba una mujer sentada sobre una silla. Pese a lo confuso que me encontraba no tardé en reconocerla.
-¿Mamá?
Ella se despertó de golpe. Y, al verme, comenzó a llorar como si hiciese años que sabía nada de mí para después salir por la puerta y gritar el nombre de otras personas, tras lo cual entraron mi hermano y mi padre seguidos de ella, lanzándome preguntas como si les reconocía o si sabía sus nombres.
Tras aquel suceso, mi madre me explicó que había sufrido un accidente por el cual comencé a perder la memoria poco a poco, siempre a la misma hora, todos los días, de manera que al principio eran pequeñas cosas, pero después empecé a olvidar a mis padres y a mi hermano pequeño.
Finalmente fui sometido a una operación tras la cual estuve en coma durante un par de semanas hasta que finalmente desperté en una de las habitaciones del hospital.
Al escuchar aquella historia, de alguna forma me sentí aliviado. Entonces todo había sido un sueño, aunque tan real que todavía tenía el miedo metido en el cuerpo.
-¿Quieres comer algo? –preguntó mi madre mientras me acariciaba la cabeza.
-Claro. ¿Qué hora es?
-Ahora mismo deben de ser las nueve.
De repente empecé a reírme.
-¿De qué te ríes?
-De nada. No es nada...
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