Llevamos tanto tiempo juntos y, a pesar de ello, todavía recuerdo el día en el que nos conocimos. Recuerdo que en ese momento estaba llorando. Mi padre había muerto por una puñalada propiciada por un drogadicto. El cuchillo se hundió sin resistencia en su corazón, asesinándolo en el acto. Mi madre dijo que lo hizo con el fin de defenderla a ella:
“No debió interponerse”, murmuraba tristemente mientras sollozaba.
Recuerdo que aquel día, una persona se me acercó, era un chico de pelo negro, ojos verdes los cuales me miraban comprensivos. Nunca lo había visto, no sabía siquiera por qué estaba allí, sin embargo, supe la importancia que tendría aquella persona para mí. Él me abrazó, calmadamente, como si pretendiera que toda aquella tristeza que ocupaba mi corazón fuera exhalada al exterior. Así fue como nos enamoramos…
El tiempo pasó muy rápido para mí, siempre que estaba cerca de él me sentía muy feliz, totalmente envuelta en recuerdos que conservaría: paseos por el centro de la ciudad, visitas a la playa, lloros al ver una película, sentir su cabeza recostada sobre mis piernas mientras observaba su rostro durmiente, apacible…mi primera vez… Todo era maravilloso, y pensé que duraría para siempre, pero sé muy bien que la vida no es nada justa.
Era un día frío, muy frío, yo me acurrucaba en él para sentir su calor, eso me reconfortaba. Entonces, sin percatarnos, apareció un hombre escondiéndose entre las sombras de la noche. Su cabeza, oculta tras la capucha de su chaqueta, mostraba unos ojos brillantes como los de una fiera en plena caza. Asustada, le abracé fuertemente, sin embargo, él no pareció inmutarse, más bien es como si hubiera esperado esto. Tranquilizándome con una sonrisa en su rostro, se alejó de mí y se encaró con aquel encapuchado. Fue demasiado rápido, tan rápido como se me había hecho el tiempo que pasamos juntos, aquel encapuchado se impulsó con el pie derecho hacia él, y, a una velocidad impresionante, le golpeó en la cabeza, lanzándolo hacia el suelo y dejándolo inconsciente. Acto seguido, con las manos introducidas en sus bolsillos y marcha pausada, pasó por mi lado:
-Es el destino de ciertas personas el nunca ser felices-dijo mientras se alejaba. Yo no pude hacer otra cosa más que quedarme de pie en aquel lugar…
Pasaron los días durante los cuales él no despertaba. Sentía mucho miedo, miedo a perderlo a él también, perder a aquella persona que me importaba tantísimo. Entonces, un día despertó, pero, lejos de ser algo positivo, lo que ocurrió fue peor que si él hubiese muerto:
“¿Quién eres?”, fue la pregunta que hizo que todo mi ser se sumiera en lágrimas.
El médico me dijo que el golpe le había provocado serios trastornos psicológicos, de manera que, durante el resto de su vida, perdería la memoria en constantes ocasiones, cada día no recordaría nada del anterior.
Salimos del hospital; yo cogía su mano mientras él me observaba confuso, no me reconocía, no recordaba todos aquellos momentos que habíamos pasado juntos, todos aquellos instantes que me habían hecho tan feliz.
“No me importa”, pensé mientras gotas amargas caían sobre mis mejillas, “no importa que no tenga consigo esos recuerdos, no importa que no sepa sobre mí, y que, por más que le explicara de nuevo lo que significaba para mí, él no lo recordara. No me importa…”, giré mi cabeza hacía él, quien continuaba observándome de manera indiferente. Dibujando la mejor sonrisa que pude en mi rostro le dije:
-Yo…cuidaré de esos recuerdos felices que tuvimos…
Como dijo aquel hombre, es el destino de ciertas personas el nunca ser felices…
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