Desde que nacemos hasta el día en que dejamos de existir en este mundo, siempre vemos las declaraciones de amor más exóticas y extravagantes alrededor de nosotros, aquellos que proclaman amarse por toda la eternidad… y en realidad para ellos equivale a 1 año o menos. Están aquellos que se van a la mañana siguiente sin siquiera mirar atrás. Y por supuesto los que llegan a comprometerse a otra persona frente a las reglas, legales y religiosas, o alguna de las dos.
Pero nadie nunca nos dice que existe una forma de congelar en ese sentimiento, una manera tan segura y eficaz que a nadie se le ha ocurrido siquiera mencionarlo aunque sea en susurros, tal vez existen aquellos que lo piensan y otros más que se atreven a vociferar su opinión pero son dejados a un lado como psicológicamente incapaces de un compromiso, o algo parecido. No siempre se tienen los términos específicos pero tal vez esto te ayude a entender por qué tuve que hacer lo que hice.
*
Era el principio de mayo, una agitada mañana en la que me encontraba trabajando como una desquiciada para poder pagar la tarjeta que me ayudó a remodelar el fabuloso jardín dentro de casa y el nuevo invernadero en mi patio, si pudieran verlo es algo para morir, colorido y con cientos de olores debido a todas las plantes y flores. Pero eso no es lo que necesitan saber.
Luego de trabajar por una larga semana, al fin tuve tiempo para dedicarme a mí misma y qué mejor forma, que yendo a la exposición de arte con acceso a uno de los jardines más grandes en la ciudad, es una obra de arte cada espacio un mundo de color y originalidad que no podrían creer. Y mientras admiraba uno de estos espacios fue que tropecé, literalmente, con Sebastián. El hombre más perfecto que podría existir, su saco color azul haciendo contraste a su cabello castaño y sus ojos negros, pero eso no fue lo que hizo que inmediatamente lo tomara en cuenta, no…
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—Pseudobombax septenatum —me giré de inmediato para saber quién había pronunciado las palabras y fue cuando me lo llevé por el medio—. ¿Sabías que ese es su nombre? —asentí una vez puse una distancia decente entre los dos y luego recordé que podía articular palabras.
—Sí, por supuesto —le dije al hombre frente a mí, algo sorprendida de que supiera dicho término.
—Soy Sebastián —se presentó extendiendo una mano, la tomé aún analizando sus palabras.
—Amaranta —dije con algo de timidez como todas las otras millones de veces que pronunciaba mi nombre.
—Flor llena de gracia —replicó él y lo miré esta vez totalmente estupefacta—. Mi padre era un fanático de nombres antiguos y sus significados. Griego, Hebreo, Latino, Quechua, como tantos otros —continuó en tono de confesión y sonreí ante su admisión.
—¿Y qué significa Sebastián? —quise saber.
—Honrado.
—¿Y has sido merecedor de semejante nombre? —pregunté tomando un trago de la copa que llevaba en las manos y de la cual ya había olvidado el contenido, algo dulce.
—Aun espero la respuesta del jurado —contestó mirando nuevamente el pequeño árbol que crecía en el jardín con solo una de sus flores a la vista, el resto aun sin desarrollarse.
—Por supuesto —murmuré—. ¿Y la botánica? ¿También es influencia parental?
—Para nada —replicó casi con horror—, se ha convertido un estilo de vida en los últimos 3 años —eso no era mucho comparado conmigo y no una gran parte de su vida pero no me importaba ya, estaba empezando a felicitarme internamente por haber decidido asistir a la exposición.
—Para mí ha tomado la mayoría de mi tiempo por los últimos 10 años —admití con orgullo, de todas las cosas en mi vida esta era la única que en realidad no me preocupaba lo que pensarán los demás.
—Impresionante —me dijo y lo tomé como cumplido—. ¿Ya has visto todo aquí? ¿No te gustaría ir a cenar? —Era algo así lo que había estado imaginando y esperando pero el hecho de que en verdad lo estuviera diciendo me hizo poner cara de escéptica, y no pude evitarlo—. ¿Demasiado rápido?
—Está bien, vamos —si supiera las millones de cosas que pasaban por mi mente, pensaría que soy la mujer más incomprensible que puede existir pero como no podía leer mentes, entonces dejé que tomara mi copa y la pusiera junto a la suya en la bandeja de un mesonero que iba pasando. Luego no protesté cuando me guio fuera de los jardines.
—Para no asustarte y parecer un asesino en serie, no te ofreceré llevarte en mi carro —comentó con una sonrisa señalando hacia el estacionamiento—. Estoy seguro hay algunos restaurantes por aquí cerca.
—¿No conoces el área?
—No —contestó mientras caminábamos.
—Ah pero yo sí —aseguré caminando a mi bar-restaurant por preferencia, donde me recibieron con una sonrisa guiándonos a mi mesa junto a la ventana.
¿Cómo describir uno de los encuentros más afortunados? No creo que pueda hacerlo pero lo fue. Nuestra primera cita improvisada fue sorprendente y agradable, teníamos tantas cosas en común. Pronto estábamos haciendo planes para vernos nuevamente e intercambiando números.
Luego de ese día, recuerdo estar sentada en mi sala leyendo un libro sobre algún ángel o algo parecido, cuando mi teléfono casi se cae de la mesita a mi lado.
—¿Aló?
—¿Amaranta? Es Sebastián —como si pudiera olvidar el sonido de su voz.
—Hola —fue lo único que pude responder, mientras mi corazón se escapaba de mi pecho y comenzaba a dar vueltas a mí alrededor, respiré hondo e intenté tranquilizarme.
—¿Estás ocupada? —Preguntó sin dudar, al parecer no sufría de un ataque de nerviosismo como yo—. Lo estás, ¿cierto?
—No —me apresuré a decir—, ¿por qué? —añadí algo más calmada o lo que supuse era un tono de voz calmado.
—¿Qué te parece ir a un almuerzo en un jardín?
—¿Dónde nos vemos? —casi pude ver su sonrisa, me dio la dirección y ese día tuvimos nuestro segundo encuentro.
Luego de ese momento, todo fue en ascenso para por puesto descender rápidamente y estrellarme fuertemente y sin anestesia.
Nos encontramos muchas veces luego de eso… y Sebastián era exactamente lo que cualquiera podría esperar de un hombre culturizado y con grandes aspiraciones en la vida, yo era como su alguien especial. Es solo que él no podía verlo, no tenía, tal vez, la capacidad para apreciarme de la forma adecuada.
***
Ya habían pasado cinco meses desde nuestra primera cita, cuando súbitamente empecé a notar ciertos cambios en su actitud; a veces nos encontrábamos en un restaurant, cenando y podía ver como sus ojos se desenfocaban como si no estuviera escuchando lo que le decía, y otras veces levantaba la vista y estaba mirando a su alrededor. Pero no pude contener más ese comienzo de distancia, que noté en él. Tenía que mencionarlo…
—Ya no quieres estar conmigo —sentencié un día mientras Sebastián preparaba el desayuno, no vivíamos juntos pero siempre estaba en su casa o el en la mía.
—¿De qué hablas? —me cuestionó volteándose hacia mí con un plato repleto de sándwiches y otro con huevos revueltos—. Claro que quiero seguir contigo —lo observé un momento mientras ponía los platos frente a mí, no parecía estar mintiendo pero había algo que no me dejaba confiar del todo en sus palabras.
—Sebastián, sabes que te amo, ¿verdad? No es mucho el tiempo que nos conocemos pero tenemos algo aquí, ¿no es así?
—Por supuesto, Amara —contestó comenzando a comer; sí, algo me decía que no todo andaba bien. No podía simplemente ignorar su actitud.
Es por ello que lo seguí, me sentía estúpidamente mal por hacerlo pero igual me encontré en esa situación… es sólo que, no había nada que ver, no hizo nada que estuviera fuera de lo normal pero su actitud continuaba. En ocasiones me encontraba llorando, sola y sin nadie con quien compartir lo que sentía. Hasta que al final lo hizo, sabía que en algún momento llegaría. Estábamos en mi casa, y eran más de las 11 cuando lo oí entrar a mi invernadero…
—Amaranta —dijo desde una de las hileras con las plantas más llamativas… mis hermosas orquídeas, mis casi florecidas Euphorbia obesas y por supuesto unos de mis más preciados ejemplares, las rosas arcoíris. Sebastián tocó una de estas—. Esta creciendo bien —comentó.
—¿Qué pasa Sebastián? ¿Por qué estás aquí? —mi humor no había estado en las mejores condiciones esos días y su presencia me irritaba debido a su falta de calidez.
—Quería hablar contigo —las palabras que nadie, hombre o mujer, le gustaría escuchar de su pareja. “Tenemos que hablar” “Necesito decirte algo” “Es mejor que hablemos” todas variantes de algo que lleva al mismo resultado. Suspiré dirigiendo mi atención hacia él—. ¿Crees que estamos en una relación estable?
—Por supuesto, en gran parte —respondí sin dudar porque esa era la situación, es solo que él no lo veía—, ¿tú no?
—No lo sé, Amara —contestó recostándose de un pilar y cruzándose de brazos, una pose que había tomado tantas otras veces ahí mismo en mi hermoso invernadero y por alguna razón esa vez, hizo que algo dentro de mí comenzará a parecerle molesto—. Por un lado, hemos estado en una situación en la que ninguno de los dos está conforme — ‘¿Qué?’ pensé acercándome lentamente hacia él.
—No entiendo porque estás diciendo eso —le dije cuando ya me encontraba a solo unos 5 pasos de distancia.
—¿No lo ves? ¿No te has dado cuenta?
—Lo único que he notado es que has estado con tus pensamientos en otro lado, y que parece has olvidado lo que tenemos. El sentimiento que plantamos hace tantos meses, ese día que nos conocimos…
—La vida no es una planta, Amaranta —me soltó cortando mis palabras antes de que pudiera hacerlo entender.
Comprendí en ese momento, que en verdad había comenzado a olvidar lo que habíamos estado cultivando, y no podía permitir que dejara ir ese sentimiento. Porque Sebastián estaba equivocado entonces, el creía no estar conforme pero el problema era que su mente se había ido hacia otros caminos, torciendo sus ramas en otra direccion. Por el bien de los dos tuve que hacerlo.
—Continuemos adentro, me estoy sintiendo claustrofóbico por alguna razón —confesó mientras se volteaba.
—-Sebastián —llamé y justo cuando volteó y me miró, la mano que aun sostenía las tijeras con las que había estado podando hacía unos minutos hizo contacto con su garganta, me tomó del brazo pero todo estaba resbaladizo y no pudo desprender mi mano de su cuello...
Cuando cayó al suelo, le dije arrodillándome junto a el—; es por tu bien, no debes olvidar este sentimiento que tienes por mi, y esta es la unica forma que conservarás intacto tu amor hasta tu último aliento, Sebastián.
***
Y como ven eso fue lo que pasó, es perfectamente comprensible lo que hice, no claman todos que quieran conservan para siempre el amor que sienten por su pareja, de esta forma lo he logrado... por que Sebastián, siempre sentirá algo especial por mí, sus sentimientos han sido congelados en el tiempo, y ahora yo puedo seguir con mi camino sabiendo que alguien está esperando y anhelando por mi regreso, siempre.
Fin
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