Capítulo 1: El comienzo.

Desde niño, a Claudio Ignacio Augusto Nicolás Ovidio Mariano Abel Noriega le habían llamado la atención dos cosas: La química y las bacterias.


Vivía fascinado por la forma en la que estos pequeños seres convivían en armonía usando las bases de la química. Le impresionaba como esas dos cosas eran tan aparentemente diferentes como íntimamente iguales.


Creció viendo documentales de International Geographic y jugando con el laboratorio de fisicefa, de venta de Juguettes. Mientras el resto de niños se dedicaban a perseguir una pelota, Claudio Ignacio Augusto Nicolás Ovidio Mariano Abel Noriega se dedicaba a perseguir el conocimiento oculto del universo microbiano.


Fué creciendo con dificultades, pues su afán por conocer los misterios de la química le quitaban el tiempo que los amigos exigían. Por ello, nunca tuvo amigos de verdad. Aún así, estaba convencido de que sus conocimientos serían de gran utilidad para la humanidad. Estaba seguro de que su legado científico sería recordado para toda la humanidad hasta el fin de los tiempos, cuando la entropía del universo fuera máxima.


Bajo esa firme convicción, estudió química en la UAP, la Universidad Autónoma de Pardillos. También hizo un cursillo de 20 horas sobre microbiología en la UCM, la Universidad para Completos Mongers, en el que aprendió a hacer cultivos bacterianos de todo tipo, desde echoli hasta archaeas y le regalaron un boli rosa de brillantitos monísimo.


No había hecho ningún amigo en la facultad y su torpeza general había causado la explosión de dos laboratorio tan solo en su primer año. Por ello, tanto sus padres (a los que había dejado en bancarrota por todo cuanto había destruido su hijo) como sus compañeros y sus profesores le negaron la posibilidad de trabajar en un laboratorio de verdad al graduarse.


Pero nada de eso pudo con la voluntad de acero de Claudio Ignacio Augusto Nicolás Ovidio Mariano Abel Noriega. Trabajó sexando pollos hasta que pudo pagarse un garaje de 15 metros cuadrados en el que dormir y llevar a cabo sus investigaciones.


Su trabajo estaba mal pagado, por lo que tenía que elegir entre comer o investigar. Su firme convicción en sus capacidades como científico le llevaron a robar para comer sin tener que detener sus portentosas investigaciones sobre el polvo y sus aplicaciones en cromatografía de baja resolución. Así, en su desgracia, desarrolló un cuerpo esbelto y debilucho, pero veloz.


Un buen día, mientras rebuscaba en la basura algo que comer, Claudio Ignacio Augusto Nicolás Ovidio Mariano Abel Noriega tuvo un golpe de suerte como nunca en su vida. O eso creía él. Un camión de la importante farmacéutica Valler volcó cerca de su garaje, arrojando su preciada carga al asfalto. Lejos de preocuparse por la integridad del conductor, Claudio Ignacio Augusto Nicolás Ovidio Mariano Abel Noriega corrió a robar todo cuanto pudiera.


Sus ojos se posaron, por casualidad, en una caja que contenía un símbolo que conocía bien desde su mas tierna infancia: Riesgo biológico. Sin pensarlo dos veces, se lanzó a por aquel paquete y volvió corriendo a su garaje, como las ratas al robar un trozo de queso.


Tras leer la etiqueta informativa, su cara adoptó una expresión extraña, mezcla de felicidad, malevolencia y orina contenida. Tras hacer sus necesidades en el orinal (pues no tenía baño) volvió a coger la caja, pero esta vez con una risa malvada:


- MUJAJAJAJA. Con esto mis investigaciones avanzaran hasta niveles insospechados. - Gritaba a pleno pulmón.

La gente de la calle le miraba pensando en como era posible que vagabundos lunáticos de ese calibre estuvieran libres. Pero eso era porque no comprendían la importancia de lo que había encontrado Claudio Ignacio Augusto Nicolás Ovidio Mariano Abel Noriega: Cianobacterias.


Las cianobacterias son bacterias capaces de convertir el CO2 en O2, oxigeno. Son algo así como las tatarabuelas evolutivas de las plantas, incluida la primera. Pero con los conocimientos de química que poseía, Claudio Ignacio Augusto Nicolás Ovidio Mariano Abel Noriega sabía que podría conseguir mucho más: que formaran O3, ozono.
Si lo conseguía, podría vender el ozono y salir del pozo de inmundicia en el que vivía, y así, hacer mayores y más grandes investigaciones. Además, podría estar por encima de su compañero de la facultad Ramón Ernesto Daniel Umberto Carlos Tomás O. que se creía mejor que él solo por ser el mejor de su promoción, porque nadie sabía que significaba la O de su apellido y porque había ganado un premio Nopel.


Estas eran las causas de la sonrisa malvada en los labios de Claudio Ignacio Augusto Nicolás Ovidio Mariano Abel Noriega cada vez que seleccionaba las cianobacterias con un mayor potencial para crear O3. Reía maquiavélicamente cada vez que las veía a través de un microscopio que le había robado a un gitano en el mercadillo.
Cada vez que sexaba a un pollito imaginaba que iba a hacer con el dinero que iba a ganar con su ozono. Cada vez que sexaba una pollita imaginaba que iba a hacer con su futuro estatus social de mejor empresario de la ciudad: investigar o innovar en investigación.


Aunque esto le tenía en un sinvivir nunca descuidó a sus bacterias. Tanta atención les prestaba que en ocasiones se le olvidaba robar para comer. Tanto cuidado les tenía que cuando llovía las sacaba fuera del garaje solo para ponerles un paraguas encima y evitar que se mojaran.


Tras varías generaciones de cianobacterias cuidadosamente elegidas, consiguió una cepa que milagrosamente producía ozono en lugar de oxígeno. Tal fue la alegría de Claudio Ignacio Augusto Nicolás Ovidio Mariano Abel Noriega, que se permitió un arrebato consumista y se compró una caja de cereales marca azendado y un cartón de leche volimc. Se los sirvió en un tazón que había robado algunos días antes en la basura y se los empezó a comer con una cuchara de aluminio que consiguió coger antes de que sus padres le echaran de casa.


Unas nubes negras se alzaron de repente.


Consciente de la inminente lluvia, Claudio Ignacio Augusto Nicolás Ovidio Mariano Abel Noriega sacó a sus cianobacterias para cubrirlas de nuevo con el paraguas, acercando también su tazón de cereales para comer mientras esperaba a que acabara de llover.


Claudio Ignacio Augusto Nicolás Ovidio Mariano Abel Noriega jamás habría imaginado lo que le ocurrió entonces. De una de las nubes salió un rayo en dirección a la cuchara que tenía en la mano a una velocidad tal que no se dió cuenta de lo ocurrido hasta que el dolor atravesó su brazo. Dos rayos mas cayeron, uno sobre su pecho directamente y otro sobre sus amadas cianobacterias, a las que abrazó a pesar de los calambres.


Todos sus sueños se vieron destruidos de golpe.


La corriente eléctrica rompió la pared bacteriana de todas las cianobacterias y la membrana celular de todas sus células. Estaba convencido de que no saldría de esa, que era una muerte segura. Miles de voltios recorrían su cuerpo, haciendo que se sacudiera de manera grotesca. Bueno, no más grotesca que su forma de andar, pero si bastante desagradable.


Pero entonces, algo inesperado ocurrió. Tal vez fuera su voluntad inquebrantable, luchando por sobrevivir para llevarlo a lo más alto de la escala evolutiva. O tal vez tan solo fuera potra. El ADN de las cianobacterias se fusionó con el de Claudio Ignacio Augusto Nicolás Ovidio Mariano Abel Noriega. En menos de lo que dura un parpadeó, comprendió algo que creía imposible hasta entonces, pero que era tan cierto como su miseria.


Cuando el rayo acabó, su cuerpo estaba en el suelo, humeante. Un olor a chistorra churruscada llenaba el ambiente. La gente que pasaba cerca de él, le ignoraba como a un vagabundo cualquiera, seguros de que había muerto. Un muerto de hambre menos al que darle de comer por penita. Pero no estaba muerto. Supo, de alguna manera, que había adquirido el poder de sus amadas cianobacterias. Se concentró al máximo y consiguió cerrar todas y cada una de sus heridas oxidandolas, pero no con el O3 que creía que podría crear gracias a su nueva unión con las cianobacterias. Sino con la legendaria molécula de O4.


Desde que Lewis teorizó el O4, decenas de historias fueron creadas alrededor de está molécula. Algunos decían que era imposible, algo así como la piedra fiolosofal del siglo XXI. Otros, que era el Santo Grial de los oxidantes y que aquel que lo poseyera tendría un poder comparable al de Dios. Incluso los había que decían que era la molécula del diablo, capaz de causar atrocidades en el universo. A pesar de las discrepancias, todos soñaban despiertos con poder poseer algo de tales dimensiones.


Y en menudas manos fue a parar.


Claudio Ignacio Augusto Nicolás Ovidio Mariano Abel Noriega se levantó. Por su mente cruzaron todas las leyendas que había oído a lo largo de su carrera y supo que una infinidad de posibilidades se habrían ante él. Desde el fondo de su subconsciente surgió de nuevo su deseo de ayudar a la humanidad. Así, decidió que usaría su poder para ayudar a todos aquellos que estuvieran en apuros:


- Dedicaré mi vida a proteger a esa pandilla de desgraciados llamados humanos. Haré que aquellos que no crean en el bien y en la justicia se pudran en el culo irritado del mundo sensible.


La gente caminaba más deprisa para alejarse de él lo antes posible. Pero eso a Claudio Ignacio Augusto Nicolás Ovidio Mariano Abel Noriega no le importaba.


- Cuando alguien necesite a un héroe para protegerle de los más oscuros males, allí estaré. - gritaba a pleno pulmón. Todo lo pleno que podía, había pillado un catarro y aún no se le había pasado - Cuando alguna damisela necesite a un héroe para aliviar sus más oscuros calores, gustosamente la ayudaré. Pues un gran poder conlleva una gran responsabili...


- ¡Silencio Claudio Ignacio Augusto Nicolás Ovidio Mariano Abel Noriega! - Dijo una voz increíblemente sexy .


- ¿Quién eres? - Preguntó el químico. Estaba confuso, pues no sabía de donde provenía esa voz tan hermosa.


- Soy el autor. - Eso explicaba lo de la voz - No uses frases tan conocidas de otras historias que con lo del copyright nos meten un palo que pa' que te cuento. La cosa no está como para pagar nada de nada. Maldita crisis...


- Vale, vale... Lo que tú digas...


- Chachi. Por cierto, lo de "...aliviar sus más oscuros calores..." te refieres al infierno que podía haber en sus corazones por alguna mala situación. ¿Verdad?


- Esto... ¡Claro! - Una falsa sonrisa cruzó su desagraciado rostro.


- A ver, macho, que esto va en serio. Que luego vienen los de protección de menores y nos meten un palo que pa' que te cuento.


- ¿Me vas a decir que puedes poner escenas de peleas brutales y crueles como las que ponen empresas como AC Comics o Narvel o traumas y abusos como los que aparecen en mangas tipo Two Pieces o sodio-rubidio-t-oxígeno pero no puedes hablar de chaca-chaca?


- Pues es lo que hay, yo no pongo las normas. Bueno, en este mundo sí que las pongo, pero no tengo un duro como para gastarlo en que te diviertas a costa del sufrimiento ajeno.


- Pues no vas apañao' ni na'...


- Por cierto, ¿no podrías tener un nombre menos engorroso que ese? Tus padres no te querían...


- Nos ha jodido el autor...


- ¡SHH! ¿Con esa boca besas a tú madre? Que vienen los de literatura responsable y...


- Que sí, que nos meten un palo que pa' que me cuentas.


- Buen indigente mutante. Áles, me voy.


- Bueno a lo que iba. Un gran poder conlleva una gran... ¡Resaca!


Ahora, con sus nuevos poderes, podría beber cuanto quisiera sin riesgo alguno, pues podría oxidar el alcohol y listo. Y lo mejor de todo es que podría vender el O3 que produjera para poder financiar sus investigaciones de día y usar su O4 para poder ayudar a los más necesitados.


De esta manera, Claudio Ignacio Augusto Nicolás Ovidio Mariano Abel Noriega inició una nueva etapa de su vida. Sus objetivos: ayudar a quien estuviera en apuros y hacerse rico por el camino. Pero sobretodo, su principal objetivo era la venganza.


Venganza contra aquellos que le habían ridiculizado a lo largo de su vida, empezando por Lily, la niña que le rechazó a los cinco años sólo por que se comía los mocos, y acabando por Ramón Ernesto Daniel Umberto Carlos Tomás O. que le había restregado su plaza de esclavo, perdón, alumno colaborador como ayudante en las grandes investigaciones de la doctora Dama-mada, una importante científica extranjera.


Aquí comienza la historia de Claudio Ignacio Augusto Nicolás Ovidio Mariano Abel Noriega, quien a partir de entonces se haría llamar por sus iniciales: CIANOMAN.


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Mientras tanto, en otro laboratorio, alguien está llevando a cabo experimentos que podrían acabar prematuramente con nuestro héroe. ¿Que estarán haciendo?